Por Mónica Muñoz |

«Qué barbaridad, no respetan nada, acababan de pintar y ya vinieron a rayar», comentó una señora al ver una pared llena de grafittis. «Con ganas de quemarles las manos», concluyó categóricamente. El remedio me pareció bastante extremo y exagerado, propio de otras culturas donde cortan las manos a quienes roban, pero me puso a pensar que efectivamente, algunos jóvenes encuentran placer destruyendo los que a otros ha costado mantener en buenas condiciones.

Confieso que no sé a qué atribuir dicho comportamiento, si bien es cierto que desde pequeños los niños que aprenden a escribir, toman como pizarra todo lo que tienen a su alcance, ya sea paredes, mesabancos, libros, ropa y hasta su propia piel, (quizá de ahí el gusto por los tatuajes, pero ese es tema para otro momento), y son sus madres, por lo regular, las encargadas de corregir y encaminar esta tendencia artística, que, por otra parte, es sólo una etapa temporal.

Por eso, con mayor razón me pregunto, ¿será que los chicos que rayan las paredes se sienten contentos viviendo de esa manera? Porque es hondamente deprimente ver las calles con las paredes llenas de rayones, vaya, porque no es apropiado llamarles grafittis, término que supone una expresión de arte urbano, en la que los autores plasman imágenes que buscan ser un atractivo visual y de alto impacto sobre las paredes de los edificios y no simples rayones como vemos en la mayoría de los muros de casas, escuelas, comercios y hasta puentes vehiculares.

Sobre todo, llama poderosamente la atención los lugares donde es más común ver este fenómeno, que por lo regular es en colonias de gente de escasos recursos.  Sin embargo, no es algo que tenga que ver con la pobreza, sino con algo más complejo.  Hace tiempo, recibí un correo electrónico que hablaba sobre un  peculiar experimento realizado en 1969 en la Universidad de Stanford (EEUU) por  el Prof. Phillip Zimbardo.

Lo que hizo el Profesor  Zimbardo fue dejar dos autos idénticos, de la misma marca, modelo y color abandonados en la calle, uno en el Bronx, zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, zona  rica y tranquila de California.  Como era de esperarse el auto del Bronx pronto quedó desvalijado, todo lo  aprovechable se lo llevaron, y lo que no lo destruyeron. En  cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto, hasta que, de manera premeditada, los propios investigadores rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto. El resultado, sorprendentemente,  fue que el auto terminó en las mismas condiciones que el del Bronx.

Tiempo después, los investigadores James Q. Wilson y  George Kelling desarrollaron la “Teoría de las ventanas rotas”, la cual concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores, y se apoya en la siguiente hipótesis:

Si se rompe un vidrio de la ventana de un  edificio y nadie lo  repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si se cometen ‘pequeñas faltas’ (estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.

Yo creo que tiene razón, puedo verlo en mi ciudad, el descuido y la tristeza que ésta genera se contagian.  Lo pude comprobar en diciembre.  Una persona muy cercana a mí, hizo una obra de caridad, por lo que me reservo su nombre.  Preocupada por la salud y situación económica de una familia, pensó en ayudarlos de alguna forma, por lo que decidió comprar pintura y contratar una persona para que les pintara la casa.  Extrañados cuando les propuso hacerlo, aceptaron con algo de recelo, sobre todo una joven que de algún modo sintió invadido su espacio cuando llegó el pintor.  Sin embargo, cuando estuvo concluido el trabajo, las caras de todos los habitantes de la vivienda eran otras, se sentían  felices y agradecidos por el gesto de amor desinteresado que les había brindado esa persona, prácticamente desconocida, pero que quiso cambiar el modo de ver la vida de sus hermanos, por lo menos durante un tiempo.

No me canso de decirlo y lo creo firmemente, la vida es corta y daremos cuenta de ella, hagámosla más agradable para todos los que nos rodean, les aseguro que nosotros mismos viviremos más felices si nos ocupamos de los demás.

 

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