Por Jorge E. Traslosheros H. |

Quedó establecida la Pontificia Comisión para la Tutela de los Menores. Para comprender su trascendencia es necesario observar precedentes, personas y funciones.

En 2002, la prensa norteamericana dio a conocer una serie de abusos cometidos contra menores por sacerdotes y religiosos católicos en décadas precedentes. Durante los siguientes años, salieron a la luz situaciones similares en países europeos, de entre los cuales el caso de Irlanda fue especialmente doloroso. Quedó claro que algunos obispos habían actuado torpemente cediendo a la idea, generalizada en los setenta, de que el abuso era un asunto psicológico y no un problema de urgente atención pastoral. Habían faltado a la justicia y, por ende, a la caridad debida a las víctimas.

En aquel año, el cardenal Ratzinger ganó la batalla decisiva al interior de la Iglesia. Así, con el apoyo de Juan Pablo II, emprendió dos líneas de acción: una serie de investigaciones para tener información clara sobre la dimensión del problema y, sobre esta base, la reforma de la Iglesia norteamericana implicando la selección y formación del clero,, la prevención del crimen, el castigo a criminales, cambios en el episcopado, la colaboración con las autoridades civiles e importantes ajustes al Derecho y procedimientos canónicos, siempre considerando en primer lugar, a las víctimas. El método se repitió, con mejoras y ajustes, en distintos lugares. La Comisión dará continuidad, amplitud y profundidad al camino recorrido.

Entre esos nuevos obispos se ha destacado, por su ímpetu reformador, el ahora Cardenal de Boston, Sean O´Malley, uno de los ocho consejeros del Papa, autor intelectual de la recién formada Comisión y quien la presidirá. Su presencia garantiza profundidad en la iniciativa y liderazgo. La Comisión estará integrada, además, por siete expertos de distintas partes del mundo, tres hombres y cuatro mujeres, contando cinco laicos. Me llaman la atención la Baronesa británica Sheila Hollins y la irlandesa Marie Collins quien, habiendo sufrido abuso en su adolescencia, ha luchado durante años para lograr justicia y dar voz a las víctimas. Además, el jesuita alemán Hans Zollner quien, en 2012 organizó un congreso internacional en la Universidad Gregoriana, donde Collins habló con voz potente ante un numeroso auditorio donde se encontraban doscientos obispos del orbe entero.

Esta comisión, por ser pontificia, tendrá injerencia en cada rincón del planeta. Como primer paso, se abocará así a la definición de su organización y funciones, como a seleccionar personas de distintas partes del mundo para ampliarla. Entre sus retos más importantes están: involucrar plenamente a las Iglesias locales y; definir con precisión los recursos disciplinarios que permitan actuar de manera inmediata contra obispos omisos y cómplices, punto delicado y urgente pues, como no son funcionarios del Papa, no es tan fácil la intervención. La persuasión y presión para que renuncien no siempre da prontos resultados. Hacen falta medios más expeditos.

Como católico me queda claro que, si bien el abuso de menores no es un problema exclusivo de la Iglesia, e incluso presenta mayor incidencia en medios escolares y familiares, es nuestra responsabilidad dar ejemplo en su protección. De igual modo, comprendo que la maldad humana siempre estará presente y no desaparecerá por actos de voluntad o comisiones especiales; pero también estoy cierto que estamos obligados a combatirlo con educación, prevención, decisión e inteligencia en beneficio de las víctimas potenciales y actuales. Es sencillo. El mal se combate con el bien. Jesús dixit.

jorge.traslosheros@cisav.org
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