Por Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de Tehuacán |

Mons. Felipe Arizmendi, Obispo de San Cristóbal de las Casas, nos ha hablado de su experiencia personal de bullying intraeclesial. Los hechos que comenta nos hacen conscientes de nuestra propia historia en que hemos sido víctimas o actores de bullying en nuestros propios grupos de pertenencia y participación al interno de la Iglesia.

Lo mismo podemos decir de la existencia de bullying intrafamiliar: hemos sufrido o actuado violencia y agresividad al interno de nuestra familia.

De hecho es algo que constata el Instrumentum Laboris, o sea el Instrumento de Trabajo como preparación al Sínodo de la Familia y que nos ha llegado del Vaticano como síntesis de las respuestas a la encuesta que nos habían enviado y que se ha respondido en las Diócesis de todo el mundo.

Cito una larga y dolorosa serie de frases de dicho documento, el cual nos habla de “la dificultad de relación y comunicación en familia como uno de los nudos críticos relevantes […] la incapacidad de construir relaciones familiares que superen los conflictos y tensiones entre los cónyuges, debido a la falta de confianza mutua y de intimidad, al dominio de un cónyuge sobre el otro, así como a los conflictos generacionales entre padres e hijos. El drama que se vive en estas situaciones es la progresiva desaparición de la posibilidad de diálogo, de tiempos y espacios de relación: la falta de comunicación, el no compartir las cosas, hace que cada uno afronte sus dificultades solo, sin ninguna experiencia de ser amado y de amar a su vez […] la debilidad de la figura del padre en muchas familias genera fuertes desequilibrios en el núcleo familiar […] la referencia a la violencia psicológica, física y sexual, y a los abusos cometidos en familia en perjuicio de las mujeres y los niños, un fenómeno lamentablemente no ocasional, ni esporádico […] la promiscuidad sexual en familia y el incesto, así como la pedofilia y el abuso de niños […] el autoritarismo de parte de los padres, la falta de cuidado y atención a los hijos […] el drama del comercio y la explotación de niños, el ´turismo sexual´ y la prostitución que explota a los menores” (nn. 64-67).

Nuestra experiencia personal, nuestra observación y los noticias diarias nos refieren numerosos hechos de bullying al interno de la familia. Si la familia vive cargada de violencia, agresividad y desprecio, es natural que el bullying se manifieste en la relación humana de todo grupo social. Ahora bien, de nosotros depende que esta constatación de hechos y amenazas se convierta en una oportunidad de mejora: cultivemos una relación positiva y amable en la familia, que a su vez nos consolidará y dispondrá para la relación fuera de la familia. Estas vacaciones de verano sean una ocasión propicia para ello.

Acostumbremos saludar a cada miembro de la familia que vayamos encontrando a lo largo del día, con palabras, gestos y acciones, por ejemplo dándonos la mano o un abrazo o beso, mirándonos a los ojos con cariño. A muchos nos cuesta decir al otro que lo amamos, pero a todos nos gusta escuchar que nos aman. Pidamos perdón y perdonemos. Hagamos las paces. Aprendiendo de Dios, seamos “lentos para enojarnos y generosos para perdonar”.

Seamos también finos y delicados en corregir errores, muy expresivos en reconocer logros y actividades bien hechas. Con nuestras palabras y actitudes infundamos esperanza, seamos positivos, esto ayuda a que los demás crezcan sanos, amados y consistentes.

Al terminar el día, no dejemos de revisar cómo hemos vivido la relación al interno de nuestra familia… y también la relación fuera de nuestra familia. Y en este examen de conciencia al final del día, sepamos dar gracias a Dios por el bien que hayamos hecho o recibido, pidamos perdón por lo malo realizado, renovemos nuestra fe para iniciar el día siguiente con nueva disposición y esperanza.

 

 

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