Por Fernando Pascual |
La vida avanza, muchas veces entre hábitos de pereza, entre grises de monotonía, entre indiferencias y desganas. Resulta difícil pensar en cambios. Todo más o menos está bajo control. Lo novedoso puede ser problemático. Mejor es dejar las cosas como están, o al menos así lo pensamos…
El corazón, sin embargo, siente una llamada, respetuoso y constante, a dar un golpe de timón. Porque no podemos vivir como auténticos cristianos si dejamos en silencio el Evangelio. Porque la caridad tiene un dinamismo profundo que lleva a la aventura.
Es cierto que nos gusta tener todo bajo control. Avanzar hacia opciones nuevas, abrirse a la fantasía del Espíritu Santo, nos inquieta. Cuesta mucho romper con una vida ya hecha, con un modo de pensar y de actuar consolidado y, aparentemente, seguro.
Además, no resulta fácil abandonar esquemas consolidados y rehacer la propia vida. Como Nicodemo, sentimos resistencia: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?” (Jn 3,4).
Dios, sin embargo, sigue a la puerta y llama. La Biblia nos interpela y nos recuerda que no podemos ser tibios (cf. Ap 3,16-20). Las palabras de Cristo resuenan en lo más íntimo del alma: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15).
Un grito llega a mi alma: “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5,14).
Es hora de dar un fuerte golpe de timón a mi vida. Entonces empezaré a ser auténticamente discípulo, porque buscaré en todo amar a Dios y servir a mis hermanos.