Por Leo García-Ayala |
¡Las vacaciones de verano están volando! Apenas hace un par de semanas decíamos adiós a los cursos de este ciclo académico y ya “siento pasos en la azotea”, porque en unos días más regresaré a continuar con mi formación. Bien sé que lo que aprendo en la escuela será determinante para lo que voy a hacer en el futuro.
“El futuro”. Esta palabra me dio vueltas en la cabeza y se me instaló en el corazón por un buen rato. ¿Qué me depara el futuro? Esta situación la compartí con algunos de mis amigos el día de reunión del grupo juvenil. Cada uno de los que ahí estábamos comenzamos a especular sobre lo que para nosotros significa un “buen futuro”: una carrera lucrativa, un buen carro, una buena esposa o esposo, un buen trabajo con, desde luego, buen sueldo, comodidades, lujos… se hizo una lista interminable.
¿Se nace con vocación?
En esas estábamos cuando Abraham nos preguntó: “¿Alguno de ustedes se ha planteado la posibilidad de ser sacerdote o religiosa?” Se hizo un silencio prolongado. Nos miramos unos a otros, pero nadie daba respuesta. Al final, como para romper con la situación, uno de nuestros amigos hizo un comentario gracioso respecto sobre la vida consagrada: “Es que no les permiten casarse…” Después, algunos fueron poniendo sus objeciones: “es una carrera difícil, son muchos años, no forman una familia, no es una carrera atractiva, es mucho sacrificio…” Pero la respuesta que más apareció fue: “No tengo vocación”.
Abraham nos dijo que no podíamos saber si tenemos o no vocación si no nos damos la oportunidad de reflexionar sobre eso. Dijo: “Dios nos está llamando constantemente, de hecho, eso significa vocación: llamada. Pero muchas veces no nos damos o no nos queremos dar cuenta que de muchas y muy variadas formas Dios nos invita a abrazar la vida cristiana de una manera más radical, dejando todos los proyectos legítimos que como jóvenes tenemos para lanzarnos a la aventura de ser seguidores de Jesucristo en la vida consagrada”.
Nos dijo que con las llamadas que Dios nos hace, sucede como con los viejos radios de transistores: la señal, por ejemplo de un partido de futbol o un concierto del artista del momento, podría estar en el aire, pero si la antena de la radio no estaba bien orientada entonces no se podría disfrutar de la transmisión; habría que moverse de lugar o manipular la antena para captar bien la señal y no sólo ruidos confusos. Así con la voz de Dios: habrá que moverse, es decir, ponerse en búsqueda, y preguntar constantemente a Dios, como lo hicieron grandes santos: “Señor, qué quieres de mí”.
Preseminarios y pre vida religiosa
También nos platicó que en el verano suele haber preseminarios o pre-vida religiosa, para las mujeres, donde las diócesis o congregaciones religiosas ofrecen a los chicos y chicas que quieren hacer un alto en su vida para saber si Dios los llama a consagrarse, un espacio para la reflexión que ayudará a discernir qué espera Dios de cada uno. No quiere decir que si uno va a esos encuentros necesariamente se tenga que quedar ya en un seminario o casa de formación, o que le “van a lavar el cerebro”-así comentó un amigo- para que se decidan a ser “padrecitos” o “monjitas”. Sencillamente se le brindarán elementos de reflexión para poder elegir el camino que mejor convenga y poder decir, ahora sí con convicción. “tengo vocación” o “no tengo vocación” para la vida consagrada.
Por lo pronto, Abraham nos confesó que él va a ir al preseminario de la diócesis; se le veía muy entusiasmado. Tal vez algunos de nuestros compañeros piensen que no tiene “finta de cura”, pero ese es el misterio de la vocación: no es que uno tenga vocación, sino que la vocación lo tiene a uno.