El Papa Francisco reflexionó en su catequesis  de esta mañana, en la Audiencia General, acerca de las heridas que se producen en la convivencia familiar; anteriormente ya había tocado algunas heridas externas, como  la pobreza y la enfermedad.

El Santo Padre señaló que en todas las familias hay momentos de discordia, pero cuando las palabras, los actos o la indiferencia que hacen daño no se atajan a tiempo corren el riesgo de transformarse en arrogancia, hostilidad y desprecio y pasar a ser laceraciones profundas que desembocan en la división de los cónyuges y les llevan a buscar en otra persona comprensión, ayuda y consuelo. »Pero a menudo esas ayudas no tienen en consideración el bien de la familia… Y con frecuencia la disgregación recae en los hijos».

»¿Sabemos qué es una herida del alma? ¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño, en las familias que se tratan mal, donde se hace daño hasta romper el vínculo de fidelidad conyugal? -se preguntó el Papa- Cuando los adultos pierden la cabeza… cuando el padre y la madre se hacen daño, el alma de los niños sufre mucho, se siente desesperada. Y son heridas que dejan huella para toda la vida».

»En la familia todo está entrelazado, cuando su alma está herida en algún lugar, la infección se contagia a todos…Marido y mujer son una sola carne -subrayó el Pontífice- Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos de que no escandalicen a los pequeños, podemos entender mejor sus palabras sobre la grave responsabilidad de custodiar el vínculo matrimonial que da origen a la familia humana. Cuando el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del padre y de la madre rasgan la carne viva de los hijos».

El Santo Padre habló también de los casos en los que la separación es inevitable e incluso puede ser moralmente necesaria »cuando se trata de substraer el cónyuge más débil, o los hijos, a las graves heridas causadas por la arrogancia y la violencia, por la degradación y la explotación, por el rechazo y la indiferencia».

Pero tampoco faltan, gracias a Dios, los que »sostenidos por la fe y el amor por los hijos, dan testimonio de su fidelidad a un vínculo en el que han creído…. No todos los separados, sin embargo, sienten esta vocación. No todo el mundo reconoce, en la soledad, una llamada que el Señor les dirige. A nuestro alrededor hay familias en las denominadas situaciones irregulares. Y nos planteamos muchas preguntas. ¿Como ayudarlas? Cómo acompañarlas? ¿Cómo acompañarlas para que los niños no sean rehenes del padre o de la madre?.

El Papa finalizó la catequesis pidiendo al Señor »una gran fe, para mirar la realidad con los ojos de Dios; y una gran caridad, para acercarnos a la gente con su corazón misericordioso».

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