Enseñar a los niños a hacer la señal de la cruz;  leer el Evangelio en familia; rezar a la mañana, a la noche y antes de la comida; rezar el Rosario: son algunas de las sugerencias que dio hoy el Papa en la audiencia general, centrada en la oración que se debería vivir en familia, en la cual participaron alrededor de treinta mil peregrinos de varias partes del mundo, incluyendo a oriundos de China y Dubai.

Antes de finalizar, el pontífice recordó que el 1° de septiembre próximo es laJornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, instituida por él junto a Bartolomé I y las iglesias ortodoxas. El Papa invitó a “todos los romanos, a todos los peregrinos y a cuántos lo deseen” a participar de una Liturgia de la Palabra que se realizará en la Basílica de San Pedro a las 17 horas. El encuentro quiere ofrecer “nuestra contribución para superar la crisis ecológica que la humanidad está viviendo”, responsabilizando a todos a tener “un estilo de vida sobrio y coherente”, como se subraya en la encíclica “Laudato si”.

La primera parte de la audiencia se desarrolló sobre el tema de la oración en la vida familiar, después de haber tocado los temas de la fiesta (12 de agosto) y del trabajo (19 de agosto).

Francisco partió del “disgusto” de muchos que dicen “Debería rezar más…: quisiera hacerlo, pero a menudo me falta el tiempo”. Él dijo que la raíz de la oración está “en la necesidad de  cultivar en el corazón un amor ‘cálido’ por Dios, un amor afectivo».   “el espíritu de oración vive principalmente aquí. Y si vive aquí, vive todo el tiempo y no se va nunca”.

Dios no es sólo “el gran Ser, el omnipotente que lo hizo todo, el Juez que controla todas las acciones”: Él es “como una caricia que nos mantiene vivos, antes de la cual no hay nada… Una caricia de la cual nada, ni siquiera la muerte, nos puede separar”.

“Si el afecto por Dios no enciende el fuego, el espíritu de la oración no calienta el tiempo. También podemos multiplicar nuestras palabras, “como hacen los paganos”, decía Jesús, o en cambio exhibir nuestros ritos, “como hacen los fariseos” (Cfr. Mt 6,5.7). Un corazón habitado por el afecto a Dios hace que la oración sea tal aunque se haga sólo con el pensamiento, sin palabras, o con una invocación ante una imagen sagrada, o simplemente, al pasar por una iglesia, tirarle un beso”.

De aquí nace la “belleza” de “las mamás que enseñan a sus hijos pequeños a tirar un beso a Jesús o a la Virgen”, o del hecho de aprender a llamar a Dios. “Abbá, Padre”, con “la misma espontaneidad con la cual aprendes a decir “papá” y “mamá”.

“El tiempo de la familia- agregó- es un tiempo complicado y abarrotado de gente, ocupado y preocupado. El tiempo es siempre poco, nunca alcanza. Hay siempre tantas cosas para hacer. Quien tiene una familia aprende enseguida a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: ¡en 24 horas hacen el doble de cosas! ¡Así nomás! Hay padres y madres que podrían recibir el Premio Nobel por esto: de 24 horas hacen 48…”

El espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, huye de la obsesión de una vida a la cual siempre le falta tiempo, vuelve a encontrar la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Como buenas guías para esto están las hermanas Marta y María, de las cuales habla el Evangelio que hemos escuchado; ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de la oración (Cfr. Lc 10,38-42). La visita de Jesús, a quien amaban, era su fiesta. Pero, un día, Marta aprendió el don de la hospitalidad, que si bien es importante no lo es todo, sino que lo más importante es escuchar al Señor, como lo hacía María: Era la única cosa esencial, la “parte mejor” del tiempo..

“La oración- explicó- surge de escuchar a Jesús, de la lectura del Evangelio- no se olviden: hay que leer todos los días un pedacito del Evangelio- dentro de la familiaridad con la Palabra de Dios. ¿Existe esta familiaridad en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos recitando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un buen pan que alimenta el corazón de todos. A la mañana y a la noche, y cuando nos sentamos a comer, ¿aprendemos a decir una oración? Y con mucha simplicidad: es Jesús que viene a estar con nosotros, tal como iba a la casa de la familia de Marta, María y Lázaro”.

“En la oración en familia- concluyó- en sus momentos fuertes y en sus momentos difíciles, tenemos que confiarnos los unos a los otros, para que cada miembro de nuestra familia sea custodiado por el amor de Dios”.

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