Por Juan GAITÁN |

Probablemente hemos escuchado mil veces que no es lo mismo rezar que orar. Según una distinción común rezar es recitar, mientras que orar es hablar espontáneamente con Dios. Sin embargo, en el proceso para vivir una auténtica espiritualidad, como Iglesia tenemos mucho camino por recorrer.

Existen bastantes pensamientos de santos sobre la oración. Yo me quedo con dos ideas concretas: Orar es entablar conversación con Aquél que dio origen al cosmos, que planeó el universo en su totalidad, es decir, Aquél que tiene todas las respuestas que buscamos y, al mismo tiempo, es hallar la presencia de Dios en el interior, descubrir cómo Dios nos habita.

Métodos

Más allá del recitar fórmulas (muchas de ellas de un inmenso valor) y más allá del ejercicio simple de hablar dos  minutos con Dios “diciéndole” cosas, existen métodos de oración que nos conducen en ejercicios largos y pausados para degustar, escuchar y responder a Dios.

Pastoralmente, no hemos sabido transmitir estos métodos a la mayoría de los fieles, pero es bueno saber que existen para que despierte en nosotros el deseo de buscarlos (en parroquias, en talleres, en institutos de pastoral, hasta en internet).

Lo esencial de estos métodos, por no dejarlo sin mencionar, son cuatro partes: leer la Palabra, meditar el contenido, responder a Dios y actuar lo orado. Como se puede intuir, el silencio es el ambiente para esto.

Silencio

Mucho se habla de que en esta época no sabemos hacer silencio y disfrutarlo. Sueño con una Iglesia en la que todos nos demos tiempo para buscar a Dios en silencio y la soledad.

Imaginemos que en una semana, todos los fieles una parroquia nos diéramos 30 minutos diarios para leer la parábola del buen samaritano y meditarla, y al siguiente día la parábola del Padre bueno (el hijo pródigo), y sucesivamente toda la semana. ¿Cómo sería nuestra espiritualidad? ¿A qué actos concretos nos llevaría? ¿Se potenciarían nuestras cualidades y mejorarían nuestras malas actitudes? ¿Sería una “inversión” de tiempo que valdría el sacrificio?

Nos es difícil saber qué hacer en el silencio, pero si permaneciéramos así media hora diaria, con toda paciencia, necesariamente algo nuevo descubriríamos de nosotros mismos, de los demás y, sobre todo, de lo que Dios busca comunicarnos. Paciencia y silencio.

Confío en que como Iglesia podríamos convertirnos una y otra vez (dirigir nuestros caminos hacia Dios), si nos diéramos largos ratos de soledad para orar con la Palabra. Comenzar con diez minutos, luego quince, veinte, hasta habituarnos a una decente media hora de estar con el Señor.

Dios está ahí, siempre, para hacernos sentir su amor.

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