“Oren por tantos ricos que se visten de purpura y festejan con grandes banquetes, sin darse cuenta que en sus puertas hay tantos Lázaros clamando saciar su hambre con los desperdicios de su mesa”, lo dijo el Papa Francisco a los participantes en la peregrinación de enfermos y minusválidos de las diócesis francesas de la Provincia de Lyon, a quienes recibió en Audiencia en el Aula Pablo VI del Vaticano, el primer miércoles de julio.
La peregrinación fue promovida por la organización “Amigos del padre Joseph Wresinski” y se realizó con ocasión del centenario del nacimiento de este sacerdote que dedicó su vida al servicio de los pobres.
En su discurso, el Santo Padre señaló que Jesús nos acoge a cada uno así como somos, y en Él somos hermanos. Con su peregrinación, dijo el Pontífice, ustedes dan un gran testimonio de fraternidad evangélica; caminando juntos, ustedes se ayudan y se acompañan generosamente, ofreciendo recursos y tiempo, donando a todos al mismo Jesús.
“Porque Jesús ha querido compartir su condición, se ha hecho, por amor, uno de ustedes: despreciado por los hombres, olvidado, uno que no vale nada. Cuando sientan todo esto, no se olviden que también Jesús lo ha sentido como ustedes. Es la prueba que son preciosos a sus ojos, y que Él les es cercano. Ustedes están en el corazón de la iglesia, como decía el Padre Joseph Wresinski, porque Jesús, en su vida, ha siempre dado la prioridad a personas que eran como ustedes, que vivían en situaciones semejantes. Y la Iglesia, que ama y prefiere aquello que Jesús ha amado y preferido, no puede estar tranquila hasta que no haya alcanzado a todos aquellos que experimentan el rechazo, la exclusión y que no valen para nadie”.
Dirigiéndose a las personas que prestan su servicio en esta obra, los animó a seguir adelante con esta bella intuición del Padre Wresinski, que quería llevar una vida compartida y no vivir de teorías abstractas, ya que estas teorías nos llevan a las ideologías, que muchas veces nos llevan a negar que Dios se ha hecho carne, es decir, uno de nosotros. Por ello, dijo el Papa, lleven una vida compartida con los pobres, vayan a su encuentro, caminen con ellos, esforzándose siempre por comprender sus sufrimientos. Susciten alrededor de ellos una comunidad, restituyéndoles de este modo, una existencia, una identidad y una dignidad. Estamos en el Año de la Misericordia, agrego el Pontífice, es la ocasión propicia para descubrir y vivir esta dimensión de solidaridad, fraternidad y ayuda recíproca.
“Queridos hermanos, les pido sobre todo conservar la valentía y, justamente en medio a sus angustias, conserven la alegría de la esperanza. Esta llama que vive en ustedes no se apague. Porque nosotros creemos en un Dios que repara todas las injusticias, que consuela todas las penas y que sabe recompensar a cuantos mantienen la confianza en Él. En espera de aquel día de paz y de luz, su contribución es esencial para la Iglesia y para el mundo: ustedes son testigos de Cristo, son intercesores ante Dios que escucha de modo particular sus oraciones”.
Antes de concluir su discurso, el Papa Francisco recordó que los pobres son el tesoro de la Iglesia, como decía el diacono romano San Lorenzo. Y antes de despedirse les encomendó una misión, que sólo en la pobreza serán capaces de realizar, es decir, orar por los ricos, los sabios, por aquellos que ahora ríen, por los hipócritas y por todos aquellos que son responsables de la pobreza.
“Les doy la misión de orar por ellos, para que el Señor cambie sus corazones. Les pido también rezar por los culpables de su pobreza, para que se conviertan. Oren por tantos ricos que se visten de purpura y festejan con grandes banquetes, sin darse cuenta que en sus puertas hay tantos Lázaros clamando saciar su hambre con los desperdicios de su mesa. Oren también por los sacerdotes, por los levitas, que – viendo aquel hombre herido y medio muerto – pasan de largo, mirando a otra parte, porque no tienen compasión. Sonrían a estas personas desde el corazón, deseen a ellos el bien y pidan a Jesús que se conviertan. Y les aseguro que, si ustedes hacen esto, habrá gran alegría en la Iglesia, en sus corazones y también en la amada Francia”.