Por Mónica MIÑOZ |

“Es que ya no lo amo, por eso decidimos que lo mejor es separarnos”, comentó una joven mujer cuando platicaba con una amiga sobre su matrimonio, que apenas había alcanzado los cinco años.  “¿Y por qué se te acabó el amor tan pronto?” le preguntó su interlocutora.  Y con muy poca vergüenza, respondió: “es que conocí a alguien más”. ¡Sorpresa que se llevó la amiga!

Es de tal modo alarmante descubrir que los jóvenes de ahora cada vez menos desean contraer matrimonio y los que lo hacen piensan que si no resulta, lo mejor es tomar distintos caminos, porque eso sí, tienen derecho a rehacer sus vidas.  Y para eso es mejor no adquirir compromisos a largo plazo, porque definitivamente, la vida es muy corta y hay que gozarla.  ¿Vedad que eso piensan?, ¿o me equivoco?

Y para no ir tan lejos, basta con asomarnos a las redes sociales, que tanto nos cuentan de las vidas ajenas, para entender que es cierto que los chicos viven casi sin reglas, cometiendo barbaridades y echando a perder sus vidas por preferir darle gusto al cuerpo sin comprende que todo lo que hagan tendrá una consecuencia, por simple física: a toda acción corresponde una reacción.  Por supuesto, si una pareja toma la decisión de casarse creyendo que el amor todo lo puede salvar, estoy completamente de acuerdo.

Pero resulta que amor significa entrega total, sacrificio, negación y renuncia de sí mismo para dar al otro todo, y no la telenovela barata que muchos se creen porque así se los ha vendido la televisión que tanto daño ha hecho por generaciones.

No.  Amar significa renunciar a la vida cómoda y fácil que estamos acostumbrados a tener como solteros para enfrentar una complicada vida al lado de un perfecto extraño.  Porque eso es la pareja con la que deciden unirse.  Pues aún con un noviazgo largo, es muy difícil conocer a la otra persona completamente.  He escuchado muchas veces a hombres y  mujeres quejarse de que mientras eran novios, todo era dulzura, pero una vez casados, la pareja había cambiado tanto que creían que se trataba de otra persona.

Y no es que cambien, sino que definitivamente no se habían mostrado como eran realmente.  Es una pena que la hermosa etapa del noviazgo haya sido remplazada por un seudo-matrimonio, es decir, los novios viven como casados estando aún solteros.

Hace años se entendía que elegir un hombre o una mujer para iniciar una relación, implicaba salir, convivir, platicar, cambiar impresiones, construir sueños, entender que los dos podían formar una familia o bien, determinar que esa persona no era la adecuada.  Pero no había sexo de por medio, porque ese importante paso se daba hasta llegar al matrimonio, cuando se estaba seguro de que la relación duraría toda la vida y que sin temor alguno podían entregarse mutuamente.

Ahora se trata de poner en primer lugar las relaciones sexuales, aún sin noviazgo.  Los jóvenes creen que es un juego, por eso no sorprende que tengamos el deshonroso primer lugar en embarazos de adolescentes en el mundo.  A muchos padres de familia se les ha ido de las manos la formación de sus hijos, y es alarmante porque dejan la educación incompleta.  Les dan demasiada libertad, tanta que llega el momento en que ya no distinguen cuando se transforma en libertinaje, no hay límites para los niños, adolescentes y jóvenes en cuanto a tema de conducta se refiere.  Y cuando comienzan a desarrollarse y a tener inquietud por tener novio o novia, falta la guía segura de sus papás, de quienes debería provenir la educación sexual y no de la escuela o de la televisión.

Además, ya nadie quiere sufrir.  Si algo causa malestar, lo mejor es acabarlo.  Y entramos en la dinámica de las relaciones desechables, como si las personas también trajeran una etiqueta de “úsese y tírese”.

Y con ello, viene una ola tremenda de complicaciones: embarazos no planeados, abortos, promiscuidad, infidelidad, parejas de adolescentes que viven con sus padres, madres solteras de uno, dos o hasta tres hijos, niños abandonados, pobreza, ignorancia, y más.

¿Qué necesitamos hacer para poner remedio a esta amarga situación? Tomar conciencia de que se trata de una realidad que requiere atención apremiante.  Si todos los padres de familia entendieran que tiene la solución en sus manos educando a sus hijos de verdad, platicando con ellos, poniendo atención a lo que hacen y dicen, vigilando quiénes son sus amigos, dándoles tiempo de calidad, motivándolos por alcanzar metas y poner objetivos a sus vidas, luchando por conseguir sus sueños, poniéndoles ejemplo de trabajo y constancia, entendiendo que todo requiere esfuerzo y hasta sufrimiento, sobre todo cuando de salvar una relación humana se trata, porque el amor no se acaba, se transforma con el tiempo, pero hay que cultivarlo día a día. De esa manera, la sociedad  cambiaría pronto. Sólo falta creerlo, decidirnos y ponerlo en práctica.

 

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