Por Jaime Septién |
El 19 de septiembre ha quedado ya como un sello en el corazón de México. 1985 y 2017, mismo día, 5 horas 57 minutos de diferencia. 10,000 y 331 muertos “oficiales”. Entonces como ahora la solidaridad inmediata, civil, humanísima, del mexicano de a pie fue y es la gran esperanza de cambio. Que no se apague.
Reconstruir todo, debería ser nuestro deseo. Está bien echarle ganas al asunto terrible de la emergencia que padecen miles de damnificados en CDMX, en Morelos, Puebla, Estado de México, Oaxaca y Chiapas. Está bien, muy bien. Lo más difícil vendrá en los meses siguientes. ¿Nada más vamos a levantar lo que se derrumbó, o vamos a transformar lo que queda como sistema político, económico, social y cultural?
“El cristiano es un hombre al que Dios le ha confiado a todos los hombres” (San Juan Crisóstomo). Y todos quiere decir todos. Por ejemplo, ¿qué estamos haciendo en México con el “genio femenino”? Vean este número de El Observador y se enterarán. Lo estamos matando por el machismo: 66.1 por ciento de las mujeres en México mayores de 15 años han sufrido una agresión de cualquier tipo por cualquier persona. ¿Es esto una civilización? 60 millones viven en pobreza y de ellos, por lo menos 12 millones en pobreza extrema. ¿No es una tragedia? 9,000 mexicanos mueren cada año de hambre; literalmente de hambre. ¿Es o no es una emergencia?
Los terremotos del 7 y del 19 de septiembre sacaron lo mejor y lo peor de México. Lo mejor, la fuerza solidaria ante el dolor del otro. Lo peor, la rapiña política, la corrupción, las varillas de medio uso, el colegio Rébsamen… Podemos elegir. Debemos elegir. Con Dios y por el bien. O mi comodidad, y que lo demás se caiga.