Por Gilberto Hernández García |

Este 18 de diciembre se conmemora el Día Internacional del Migrante, promovido por la ONU. En la Iglesia católica esta memoria se hace en la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, que se celebra el segundo domingo de enero. Estas fechas buscan volver la atención de la sociedad, particularmente de los países expulsores, los que sirven “de paso”, y de los receptores de personas migrantes, para sensibilizar sobre las dimensiones de este fenómeno global, que ya se ha convertido en una verdadera crisis humanitaria.

Francisco: “voz en alto” a favor de los migrantes

El Papa Francisco ha manifestado en repetidas ocasiones cuánto le preocupa “la triste situación de tantos emigrantes y refugiados que huyen de las guerras, de las persecuciones, de los desastres naturales y de la pobreza”.  Sostiene que “se trata indudablemente de un «signo de los tiempos» que, desde mi visita a Lampedusa el 8 de julio de 2013, he intentado leer invocando la luz del Espíritu Santo”. Cuando instituyó el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, quiso que una sección especial fuera como una expresión de la solicitud de la Iglesia hacia los emigrantes, los desplazados, los refugiados y las víctimas de la trata.

En el mensaje que ha escrito para la 104 Jornada Mundial del Migrante (14 de enero, 2018), el Pontífice dice:

“Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia (cf. Mt 25,35.43). A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un futuro mejor, el Señor lo confía al amor maternal de la Iglesia. Esta solicitud ha de concretarse en cada etapa de la experiencia migratoria: desde la salida y a lo largo del viaje, desde la llegada hasta el regreso. Es una gran responsabilidad que la Iglesia quiere compartir con todos los creyentes y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que están llamados a responder con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras —cada uno según sus posibilidades— a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas”.

En el mensaje el Papa reafirma que “nuestra respuesta común se podría articular entorno a cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar”.

Migrantes en nuestra casa: rechazo y violencia

México comparte con Guatemala una frontera de 965 kilómetros, 654 de los cuales pertenecen a Chiapas; por tanto nuestro estado es “paso natural” de los miles de centroamericanos que lo atraviesan para llegar al Norte. Cada vez es más común ver por los municipios del estado a los migrantes solicitando ayuda.

Tristemente, Chiapas es la entidad donde más se violenta a los migrantes: según el informe “Migrantes en México: recorriendo un camino de violencia”, elaborado por la Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes (REDODEM) y presentado en julio de este año, en el estado se denunciaron 1,479 eventos delictivos durante el año 2016; así, Chiapas se ha mantiene con el mayor número de delitos contra los migrantes, en los últimos tres años (2014 al 2016).

Los datos muestran que Chiapas, “sigue siendo una zona de alto riesgo para las personas migrantes, así como un lugar en donde la violencia continúa incrementándose”. El informe señala que la Policía Federal aparece como la principal agresora; seguido de la Policía Municipal; un grupo policiaco indeterminado en tercer lugar y el cuarto lugar lo ocupa el Instituto Nacional de Migración.

Los defensores de derechos humanos acusan que “El Programa Integral Frontera Sur, lejos de brindar protección a las personas migrantes y a sus derechos humanos, [la política migratoria] ha generado una militarización en la frontera sur del país, ha criminalizado y creado una imagen negativa de las personas migrantes y en definitiva, no ha respondido de manera integral a las propias necesidades de la población migrante”.

Incipiente solidaridad de la Iglesia en Chiapas

El importante flujo migratorio proveniente de Centroamérica representa un gran desafío para las diócesis chiapanecas; porque no sólo se trata de dar alojamiento, alimentos, medicinas o atención espiritual a las personas migrantes, sino defenderlos ante la violencia a la que están expuestos, y alzar la voz cuando se vulneran sus derechos humanos.

En la diócesis de Tapachula se cuenta con la que fue la primera casa del migrante, el Albergue Belén, obra de los Misioneros de San Carlos–Scalabrinianos; quienes desde 1985 han venido prestando una valiosa ayuda integral. La diócesis cuenta, además, con otros tres albergues en Arriaga, Huixtla y Mapastepec.

Por su parte, la diócesis de San Cristóbal de Las Casas ofrece asistencia a los migrantes en una casa en Palenque, donde también se les brinda apoyo jurídico. Cuentan con otros centros de acogida en Comitán, San Cristóbal y Salto de Agua. En Frontera Comalapa hay tres obras: “Albergue San José”; una casa para refugiados solicitantes de asilo; y un comedor llamado “Papa Francisco”.

En tanto, la arquidiócesis de Tuxtla cuenta con el albergue “Jesús esperanza en el camino”, que desde hace un par de años, en que se incrementó el tránsito de migrantes en la capital, atiende las necesidades básicas de las personas migrantes.

 

Por favor, síguenos y comparte: