Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
“Busca la libertad y conviértete en cautivo de tus deseos. Busca la disciplina y encuentra la libertad.” Frank Herbert
Al calor del comunicado de la Santa Sede en el que se notifica la aceptación de la renuncia a la púrpura cardenalicia del arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick, y de la pena de suspensión del ejercicio de cualquier ministerio público con «la obligación de permanecer en una casa que se le indicará, para una vida de oración y penitencia» hasta que sean aclaradas las acusaciones dirigidas en el proceso canónico regular contra el anciano de 88 años, se echa de ver la puesta en práctica de lo que hace poco pidió al Papa Francisco el cardenal de Boston, Sean Patrick O’Malley, cabeza de la Pontificia Comisión para la Tutela de Menores del Vaticano: «mejorar los métodos con los que se investigan las denuncias por abusos sexuales contra obispos o cardenales».
El final de la carrera de un clérigo encumbrado a los más altos niveles de la jerarquía eclesiástica, quien parece haber sido un depredador sexual contumaz, aunque siempre lo ha negado, empujó al escritor y crítico literario Juan Manuel de Prada a redactar el artículo «Como oveja en medio de lobos», donde condensa tres aspectos muy oportunos para que los tomen en cuenta los mitrados del mundo: acabar con la impunidad clerical, limpiar los Seminarios Conciliares de esquemas formativos ineficaces para integrar al futuro ministerio la vida celibataria de los aspirantes al ministerio sagrado y evitar cacerías de brujas que sólo producen el enflaquecimiento de las vocaciones con recta intención de abrazar el estado eclesiástico.
Partiendo de este lance, de Prada invita a los jerarcas a «no dejarse acunar por las consignas mundanas, que a la vez que lanzan su anatema contra la pederastia exaltan modelos de vida que constituyen su vivero natural», pero también recuerda cómo durante muchos años los seminarios conciliares de algunas diócesis estadounidenses acogieron a varones de indefinida sexualidad de forma indiscriminada durante muchos años.
No puede uno dudar que la avalancha de lodo contra el crédito moral de la Iglesia y sus ministros esconda principalmente el propósito de marginarla en su defensa a favor de la familia natural, del derecho a la vida y de la sexualidad ordenada al amor integral, y también, como lo señala, que «la pederastia no es la raíz del problema, sino el corolario natural de algo que el mundo exalta y festeja orgullosamente».
Por eso, la recomendación del literato español a los miembros de la jerarquía eclesiástica es que no olviden que son enviados «como ovejas en medio de lobos», invitados a actuar «con extrema cautela» –incluyendo al Papa–, de modo que ni se siga «encubriendo a depredadores como McCarrick» pero tampoco se ponga «en la picota a inocentes», como, dice él, ya ha sucedido.
Concluye afirmando que para la Iglesia, combatir «desnortadamente la pederastia que la infesta sin discernir su verdadera causa, por no atreverse a juzgar los usos del mundo» implica evitar el riesgo de convertirse en sal sin sabor.
Atendiendo a lo expuesto, el gran desafío para la estructura eclesiástica en México y en el mundo ha de ser deslindar en todos los niveles del clero, en especial de los formadores de los seminarios conciliares, a quienes estén en contubernio con comportamientos sexuales desligados de los consejos evangélicos, privados por ello para atender con idoneidad una encomienda que exige madurez sexual suficiente.
Puesto que la cautela empleada y la discrecionalidad hasta hoy empleadas se han convertido en encubrimiento, reempláceseles ahora por la denuncia y la transparencia, método doloroso pero conveniente.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 12 de agosto de 2018 No.1205