Por Fernando Pascual

La vida tiene momentos ordinarios, sencillos, marcados por rutinas más o menos estables.

Otros momentos son de transición. Termina un periodo, una tarea, un trabajo, una dieta, unos meses de análisis médicos.

Se cierra una etapa. Está por empezar otra nueva, quizá envuelta en incógnitas, tal vez como un torbellino lleno de novedades.

¿Cómo está mi corazón? ¿Hay alegría por lo alcanzado, o pena por lo que ha quedado atrás?

¿Cómo miro hacia el futuro? ¿Brilla la ilusión ante lo que está por comenzar, o el temor hacia lo desconocido?

En momentos de transición podemos detenernos para examinar si nuestra vida tiene un rumbo definido o si nos dejamos arrastrar por los acontecimientos.

Busco un rato de silencio. Desde mi corazón, pregunto a Dios cómo me ve, qué piensa de la marcha de mi vida, qué me está pidiendo ahora.

Familiares y amigos, conocidos y compañeros de trabajo, han pasado o pasan por etapas parecidas de inquietudes y cambios. Compartimos la experiencia de las transiciones.

Algunos me avisan ante peligros, otros esperan de mí una mejoría. Otros, simplemente, no perciben el estado inquieto de mi alma.

En esta situación, en este recodo del camino, tomo nuevas decisiones. Espero, con la ayuda de Dios, estar más disponible para amar, y más lleno de esperanza.

Poco a poco se desvelará el sentido de lo nuevo. Pido a Dios que me ayude a avanzar hacia aquello que me acerca a Dios y a los hermanos, a la conversión y a la dicha de vivir el Evangelio…

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