En el blog de Emma y Didier los jóvenes pueden encontrar la mejor orientación para conocerse, conocer lo que es el noviazgo y el matrimonio y, sobre todo, saber valorarse y entender la importancia de Dios en las decisiones y forma de vida
Cuando el amor llega, la duda más frecuente es: «¿Cómo sé si él es el indicado o la indicada?». Emma responde esta pregunta a las mujeres que buscan una buena relación, en la que no salgan lastimadas, porque la pareja es un referente del futuro: él se puede convertir en tu esposo. Una relación para toda la vida no es algo que se tome a la ligera; por ello, Emma comparte tres signos para descubrir si esta es la persona indicada:
1 Paz y alegría verdaderas
Dos importantes frutos del Espíritu Santo son la paz y la alegría. No importa cuánto intentemos engañarnos a nosotros mismos, nuestros corazones saben cuando algo está mal y punto, si no por qué razón intentamos tanto buscar excusas y explicaciones a aquellas cosas que sabemos son señales claras de que ésta no es la relación ade-cuada para mí.
Esa ansiedad, ese «vacío en el estómago», el temor, la preocupación, la tristeza, los intentos por racionalizar nuestra relación y las acciones de mi pareja que me hacen daño no pueden pasar desapercibidos.
Por ejemplo, tal vez has escuchado a alguna amiga (o incluso a ti mismo) decir frases como: «Bueno, no comparte la fe como yo, pero con el tiempo le puedo ayudar a estar más cerca de Dios», «es que es tan poco cariñoso, pero toda su familia es así» o «me engañó, pero se arrepintió y dice que no volverá a pasar después de estas últimas dos veces», y la más irónica: «no es perfecto, pero mejor algo que no nada“. Ciertamente no buscamos la pareja perfecta (porque no existe). ¡Pero sí la indicada! (y de esto hasta el mismo Dios habla; si no, revisa Génesis 2, 18.
Uno de los aportes espirituales más grandes que Didier ha hecho en mi vida es el discernimiento ignaciano. Allí aprendí que uno de los elementos centrales de los ejercicios espirituales es aprender a distinguir la presencia (o ausencia) de paz en las decisiones que tomamos en la vida, que en el fondo es resultado de la escucha y abandono en la voluntad de Dios. Actuar conforme al corazón de Cristo y no en contra de Él.
Cuando creamos excusas para racio- nalizar el comportamiento del otro, o empezamos a comprometer nuestros estándares y valores, son alarmas fundamentales para saber que esa falta de paz en nuestro corazón es debido a que ésta no es la relación que Él anhela para nosotros y menos para nuestra vocación.
De igual manera, esa alegría y dicha que nace de la paz, cuando estamos en una re- lación que nos invita a ser santos, es crucial para determinar si esta persona es o no la indicada. Y en esto, nuestros familiares y amigos son de gran ayuda porque esa dicha en nuestras vidas no puede pasar desapercibida (en contraste con una rela-ción meramente emocional).
2 La relación te invita a sacar lo mejor de ti.
En una relación, naturalmente habrá momentos en los que alguno de los dos sea más fuerte en una área que el otro-espiritual, emocional, intelectual, física-; sin embargo, es importante que estén en la misma página, es decir que ninguno se ponga a la tarea de querer cambiar al otro o mejorarlo, sino que cada uno a manera personal se sienta impulsado por el testimonio del otro a crecer.
Hay una gran diferencia en esto, ya que cuando intentamos arrastrar al otro para que se convierta en la versión que tengo en mi cabeza, luchamos constantemente con la negación de no aceptar la situación tal y como es, y terminamos perdiéndonos a nosotros mismos.
Si no te gusta algo de la relación o de la otra persona y sabes que esto es importante para ti, no recurras a mecanismos de defensa para negar la realidad. No prolongues algo que sabes no es lo que anhelas de verdad. Imagina el matrimonio como «una carrera al Cielo», tal como lo llama San Pablo. Su cónyuge ha de correr a su lado, juntos hacia la meta del Cielo. Cuando el cansancio llegue se han de animar mutuamente, cuando uno caiga el otro le ayudará a levantarse.
La idea no es correr la vocación con alguien que va a millas de distancia de ti o que ni tan siquiera desea perseverar en la carrera. El matrimonio en sí ya es un reto, incluso cuando ambos están en la misma página; ahora piensa cuánto más difícil o incluso imposible sería si no existe esta sintonía.
Algo que nos puede ayudar es ver la relación a la luz de la amistad; después de todo un noviazgo sano es aquél en el que la amistad y el romance van de la mano. Al igual que los verdaderos amigos sacan lo mejor de ti, la amistad en la pareja debería ser una amistad virtuosa que te ayude a poner la mirada en un objetivo común: el Cielo.
En el matrimonio católico los cónyuges están llamados a llevarse el uno al otro hacia Dios. Con este propósito en el alma, nuestra pareja debe ayudarnos a crecer en santidad y motivarnos a fructificar nuestros dones y talentos.
Si hay algo que empobrece nuestra espiritualidad es dejar la vida de oración. Y si sientes que no creces con tu pareja (o que no le ayudas al otro a crecer) entonces puede que esta no sea la persona que Dios tenga en mente para ti.
3 Un amor en libertad.
El amor verdadero crece solo en el terreno de la libertad, y esta se manifiesta en dos sentidos.
Cuando te das cuenta de que pueden estar el uno sin el otro, no se necesitan, ni tampoco hay apegos que los aten, sin embargo, quieren vivir unidos libremente para siempre por la única razón de que quieres aprovechar cada día como una oportunidad para hacerle feliz y que sea santo. Construyendo juntos un futuro en donde quepan los sueños de los dos y los sueños de Dios.
Cuando llegas al punto en que finalmente puedes revelar tu verdadero yo, sin máscaras ni engaños, estando ante el otro tal cual eres sin temor ni vergüenza. Tu pareja conoce lo mejor y lo peor de ti, y te ama a pesar de tus defectos y fragilidades. Tú conoces lo mejor y lo peor del otro, y aún le amas, incluso más, por ellos. Nadie es perfecto y la persona indicada lo sabrá mejor que nadie. Estas son las actitudes que revelan esa libertad que muestra un amor según Dios.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 16 de septiembre de 2018 No.1210