Por Jaime Septién
Llegó a su fin el Sínodo de los Jóvenes. En un mes no se puede cambiar todo. Lo que sí queda claro es que la Iglesia los escuchó.
Antes había «temas-tabú»; hoy no se puede ni siquiera pensar que en la agenda de la Iglesia existan «realidades de las que es mejor mirar a otro lado». La explosión de las redes sociales y la sociedad digital no permiten que existan compartimientos a los que solo puedan entrar los «elegidos».
La Iglesia debe hacerse cargo de temas «controvertidos» y de la Doctrina; hablar de sexualidad, pero, también, de la «higiene» del alma.
Ciertamente, seguir «dictando cátedra» de «arriba hacia abajo» nos aleja. Debemos ofrecer a los jóvenes una amistad auténtica. Una amistad sincera que los acoga sin juzgarlos y los ame muy a menudo sin entenderlos.
Es tiempo de proponer alianzas y encuentros. Entre jóvenes y viejos, por ejemplo. El Papa Francisco no se cansa de decir que son dos grupos «descartados». La riqueza en desuso de la memoria, la experiencia y la fe de quien llega a la última etapa de la vida puede ser fundamental -es fundamental- para quienes la empiezan a escalar.
Descubrir esas relaciones de calidad cristiana es el nuevo modelo de Iglesia que ninguna queja ni ninguna crítica nos deberían jamás ocultar.
TEMA DE LA SEMANA: ¿ECLIPSE O AURORA DE LA FE?
Publicado en la edición impresa de El Observador del 28 de octubre de 2018 No.1216