Comienza la cuenta regresiva para la toma de posesión del nuevo gobierno mexicano. Una agitación inusual puebla las familias. Miles salieron a la calle con el pretexto del aeropuerto de Texcoco. Otros en contra de la Guardia Nacional o del manejo discrecional de la opinión pública a partir de encuestas hechas a modo.
López Obrador ha logrado instalarse en el centro de la conversación de los mexicanos. A lo mejor eso quería. O se trata de un efecto colateral de sus discursos -a veces- incendiarios. Es lo que llaman los especialistas «un zorro de la política». Y también de la mercadotecnia. Lo uno y lo otro lo aprovecha para estar en los medios, para ser «tema».
En este contexto, ¿qué tiene que decir la Iglesia? Independiente de las palabras de serenidad que los obispos mexicanos pronunciaron en el mensaje de su última Asamblea, está la presencia misma de nuestra Madre en la vida de la fe y en la vida cotidiana. Ella es la depositaria auténtica de la santidad y la verdad de Cristo.
Su función no es política, pero es la influencia más grande que puede haber para el buen manejo de los asuntos públicos. Nos enseña a cada uno (ojalá, lo escucharán los gobernantes nuevos y los viejos) que el único fin al que debe tender el hombre es a la caridad. No la «moral», que pretende el nuevo régimen con su constitución. Como decía el cardenal y teólogo francés Jean Daniélou, «la ley no es nada sin la conversión del corazón».
Así, ante la incertidumbre que nos provoca todo lo que viene, no hay mejor camino que volver a la esencia, a la base, a las verdades de la fe católica, ADN de nuestro maravilloso pueblo mexicano.
El Observador de la Actualidad
Publicado en la edición impresa de El Observador del 25 de noviembre de 2018 No.1220