Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
Dios no recibe respuestas con palabras. Lao-tsé
Justo al tiempo que los obispos de México abrían las sesiones de su Asamblea Plenaria CVI, en la que se renovará el nuevo Consejo de la Presidencia de la CEM, el Papa Francisco, en la homilía de la Misa del lunes 12 de noviembre del 2018, recordó algo que él vive de forma congruente: que el obispo es un servidor y no un príncipe.
Su meditación está inspirada en un pasaje de la Carta de san Pablo a Tito de un ministerio que, desde su etimología latina y griega, episcopus/episcopos, quiere decir «vigilante», «inspector», «supervisor» o «superintendente».
Que el oficio se fuera revistiendo de atributos temporales, incluso en sus insignias, hasta convertirse en una pequeña corte a la manera del mundo, fue el resultado de circunstancias que en Europa, especialmente, dieron pie a controversias muy enconadas, y fue necesario que en los siglos XIX y XX, los embates del siglo y la renovación eclesial del concilio Vaticano II, podaran esas protuberancias, que no han sido extirpadas del todo, a decir del obispo de Roma.
El obispo ha de ser, dice siguiendo la enseñanza paulina, administrador de Dios y no de negocios temporales, de bienes, de poder y de partidos (cordadas). Debe ser irreprensible, para lo cual no cabe en su conducta la arrogancia, la soberbia, la cólera, las adicciones y el apego al dinero. Un obispo con sólo uno de esos defectos sería «una calamidad para la Iglesia», enfatizó. Antes bien, ha de ser «hospitalario, amante del bien, sensible, justo, santo, amo de sí mismo, fiel a la Palabra digna de fe que le ha sido enseñada». «En la Iglesia no se puede poner orden sin esta actitud de los obispos», concluye el Papa.
Los 130 obispos invitados a participar en la Asamblea mexicana, además de la renovación de sus comisiones y oficios para el trienio 2018 – 2021, han abordado cuestiones relativas a la ruta de implementación de su Proyecto Global de Pastoral 2031-2033; han presentado el Plan Nacional de Construcción de Paz 2018, en respuesta oportuna de la Iglesia a la realidad violenta y corrompida del país; han escuchado la propuesta de la Comisión Nacional de Protección de Menores y revisado la propuesta de desmembrar nuevas diócesis de la Primada de México, y creación de una nueva Provincia Eclesiástica.
Desde la perspectiva del servicio y la abolición de los privilegios principescos, nuestros mitrados y la nueva directiva de la CEM tendrán ante sí la renovada oportunidad de ser los más interesados en llevar, desde la congruencia del Evangelio –que el Papa Francisco tanto ha hecho suya llevando una vida muy austera, sencilla, transparente y clara–, algo que hoy es un desafío absoluto para el clero mexicano: construir y aplicar desde sus comunidades (la parroquias y los grupos apostólicos en primer plano), gracias a las herramientas de la comunicación, el encuentro, el diálogo, la tolerancia, el respeto, la convivencia fraterna y la esperanza, ámbitos donde el magisterio crítico de Jesucristo desmantele y exhiba la suciedad del boato, de la opulencia y de las complicidades turbulentas.
Es providencial que la nueva directiva de la CEM coincida con el nuevo gobierno mexicano, que tiene ante sí, además de desafíos mayúsculos, las expectativas de una mayoría de electores que con el sufragio respaldaron el imperioso cambio a la organización civil del país. Y más necesaria que nunca la integración de los fieles laicos a la promoción de la justicia social, sin la cual los discursos más emotivos se convierten en demagogia.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 18 de noviembre de 2018 No.1219