Por Mario De Gasperín Gasperín*
Los voceros del nuevo gobierno lo presentan como respetuoso de los derechos humanos, como un gobierno humanista.
Pero, cuando oímos hablar de humanismo, los sesos comienzan a enturbiarse hasta llegar al disparate.
Así, tenemos el llamado «humanismo» que exalta al hombre hasta eliminar a Dios, o el que lo humilla al considerarlo una «pasión inútil», o un cadáver en busca de sepultura. ¿Qué debemos entender y esperar de estos dichos prometeicos?
Los católicos tenemos una tradición «humanista» de primera, pero la confusión reinante requirió que el Concilio Vaticano II le dedicara, en la Constitución Gaudium et Spes, una atención esmerada. El Padre B. Kloppenburg, en su libro El Cristiano Secularizado (Pg, 146), recoge algunos textos conciliares que es necesario conocer, para que no nos den gato por libre y saber qué nos corresponde hacer como católicos.
Humanismo viene de humano. Mujeres y hombres nos decimos seres humanos. ¿Qué es, pues, para el católico, el ser humano? Oigamos a la Gaudium et spes:
«Es un ser creado a imagen de Dios (12c); un ser creado por amor (19a); un ser con semilla divina, con semilla de eternidad (18a); un ser que vale más por lo que es que por lo que tiene (35a); un ser superior a los elementos materiales, que supera la universalidad de las cosas (14b, 15a); un ser que no es una mera partícula de la naturaleza, ni un elemento anónimo de la ciudad humana (14b); un ser que sintetiza en sí los elementos del mundo material (14a); un ser en el cual los elementos materiales alcanzan su plenitud (14a); un ser con alma espiritual e inmortal (14b), un ser capaz de conocer y amar a Dios (12c), de reconocer a Dios como Creador de todas las cosas (34a); un ser que participa de la inteligencia divina (15a); el sacerdote de la creación, capaz de dar gloria a Dios, por quien el mundo eleva libremente una voz de alabanza al Creador (14a); el centro y punto culminante de todas las cosas que existen sobre la tierra (12a); el principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales (25a); el autor, centro y fin de toda la vida económico-social (63a); el señor de todas las cosas terrenas (12c); un ser que debe dominar la tierra con todo lo que contiene (34a); un ser que debe gobernar el mundo con justicia y santidad (34a); un ser constituido originariamente por Dios en estado de justicia y santidad (13a). En resumen: Un ser con vocación altísima, sublime, divina, a saber: llamado por Dios a la comunión perpetua con la vida incorruptible divina, a la comunión con el mismo Dios, a fin de participar de su felicidad».
Esto lo enseña la sagrada Escritura: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó» (Gn 1,26s), y les entregó todo lo creado. Dios, que había prohibido a Israel fabricar imágenes, Él mismo creó su propia imagen: el ser humano, hombre y mujer. El Dios trabajador les entregó el mundo para que lo trabajaran y transformaran, haciéndolo más humano. El hombre actúa como imagen de Dios cuando, con sus manos, inteligencia y corazón, mejora la creación. El flojo e inactivo renuncia a ser imagen de Dios.
Ahora, en estas circunstancias, la responsabilidad del católico mexicano será examinar y ver si el gobierno que eligió, respeta y promueve la dignidad de la persona humana conforme a las enseñanzas de su fe católica. Todos nos merecemos una vida digna en una patria más humana.
*Obispo emérito de Querétaro
TEMA DE LA SEMANA: DE CARA A LOS PRÓXIMOS SEIS AÑOS
Publicado en la edición impresa de El Observador del 2 de diciembre de 2018 No.1221