Por P.Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
El ser humano es un ser siempre en búsqueda; posee un impulso interior que lo lleva a estar permanentemente en búsqueda. El entorno de lo inmediato no lo satisface. Su itinerario se inicia desde su condición de bebé: ve los colores y desea tocarlos; cuando da los primeros pasos quiere descubrir nuevos caminos; en la adolescencia miran su interior para saber quién se es. Su búsqueda no termina. Toma el camino de los que indagan la relidad y parece el camino interminable en las parecelas del conocimiento. La amistad y el amor hacen más llevadero el camino convertido en peregrinación. La “admiracón”,-thaumasein, de Aristóteles ha sido el banderazo de salida en el campo del filosofar entre lo selvático del por qué y el para qué, la causalidad y la finalidad hermanadas en el mismo quehacer. El camino entre brumas y oscuridades, surge en el interior del corazón una lucecita que poco a poco se transforma en estrella, y después de un tiempo se convierte en la Estrella, que nos aclara los rostros y nos desvela ocultándose, la vocación humana como búsqueda de Dios, causa y finalidad de todo, incluido el propio ser y la razón de ser de esa búsqueda. La Santa Escritura nos dice dónde se encuentra el Mesías, pero los custodios del culto satisfechos de cuidar el Libro, se quedan en la indiferencia de no búscar la Verdad, tan es así que crucificarán al Niño de Belén, -el Mésias, Camino, Verdad, Vida y Luz, pasado un tiempo en el Calvario; los sedientos del poder estilo herodiano, temen perderlo; masas que se sobreexitan por emociones pero solo pasan de sentimiento en sentimiento, sin hondura, manipuladas por opiniones que las dejan satisfechas, porque se dejan guiar como borregos que no le permitieron al corazón buscar en lo humilde y lo sencillo, la gradeza del Dios, su revelación misma, en la carne sonrojada y tierna de un bebé (Mt 2, 1-12). En El está Dios, porque es Dios. Está sus sacramentos, -singularmente en la Eucaristía, ahí está, con su presencia invisible y su actuación eficaz, para quien, “proskinesis”,- postra su inteligencia y abre su corazón para gustar de Él, y “gustar cuan bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él. Ahí está su gloria oculta. Está ahí tras los rostros de los niños maltratados, en los pobres humillados por la enfermedad, la miseria, o el sufrimiento. Dios está ahí, entre velos; se revela a los humildes y sencillos de corazón, los que buscan, los peregrinan en su interior, porque si lo buscas, es porque ya lo encontraste, recordando a san Agustín, el gran buscador de Dios. El impulso del corazón, la gloria invisible a los ojos, lleva a abrir la ofrenda del amor generoso,- oro para Dios, Rey de Reyes; mirra del sufrimiento compartido con el Hombre,-Jesús el Cristo; el incienso de la oración sincera, diálogo de amor, de quien se siente amado y ama, a quien es Amor en esencia, razón de ser de nuestra búsqueda y culminación del encuentro.