Por P. Fernando Pascual
Un consejo que se escucha con frecuencia: tomarse tiempo antes de hablar, antes de decidir, antes de dar una respuesta.
Ese consejo resulta más urgente en el mundo donde resulta tan fácil dar respuestas rápidas.
La tecnología permite que un mensaje llegue a nuestros oídos o ante nuestros ojos de modo instantáneo.
Tras leer o escuchar, la respuesta puede formularse en segundos y ser lanzada como una flecha veloz.
Lo que ocurre es que una respuesta rápida puede ser motivo de errores, daños, arrepentimientos, incluso de conflictos.
Porque hay muchos temas y situaciones que merecen tomarse tiempo, según el consejo tradicional.
Por eso, ante un mensaje que suscita en uno mismo un deseo de responder rápido para defenderse, o para ofender al otro, o para tomar una decisión que luego lamentaremos, lo mejor es tomarse tiempo.
Con calma, con la petición de ayuda a buenos consejeros, con un rato de oración para recibir la luz de Dios, las cosas empiezan a verse de otra manera.
Y con más elementos y más serenidad en el alma, podremos pensar qué respuesta ofrecer, qué decisión tomar, sobre todo si se trata de algo que nos afecta de modo más íntimo y completo.
De este modo, ante el peligro de las respuestas rápidas, viviremos más tranquilos y seremos más prudentes.
Habrá errores, pues no faltan situaciones en las que ni siquiera la calma permite acertar en las respuestas. Pero serán menos y, con buena voluntad, podremos buscar remedios que sirvan para esclarecer las cosas y para caminar junto a nuestro prójimo en un clima de mayor paz y armonía.