El doctor Martin Luther King fue un pastor protestante bautista, hijo de otro pastor bautista. El nombre de su papá era Michael King, y el suyo, Michael King, Jr. Pero en un viaje a Europa que realizó la familia en 1934, el padre decidió, tras su visita a Alemania, cambiar su nombre y el de su hijo por Martin Luther, en honor del fundador del protestantismo, Martín Lutero.

Sin embargo, la Iglesia católica, sabiendo reconocer lo bueno, tiene una gran consideración por este ejemplar campeón de la no violencia y luchador por los derechos civiles. Así, en 1964 Martin Luther King fue recibido en el Vaticano por Pablo VI.

Este mismo pontífice lo definió como un «profeta de la integración racial»; y a tan sólo tres días del asesinato, durante la homilía del Domingo de Ramos, Pablo VI condenó este delito y pidió que su muerte tomara un «valor de sacrificio» para que de ella saliera «una superación efectiva de las luchas raciales» y se establecieran «leyes y métodos de convivencia más conformes con la civilización moderna y con la fraternidad cristiana».

Juan Pablo II dijo que «el mundo contemporáneo (…) necesita el testimonio de profetas sin armas que a menudo son objeto de burlas».

Durante el viaje apostólico a Estados Unidos en septiembre de 2015, Francisco pronunció un histórico discurso en el Congreso, en que hizo referencia al famoso discurso de 1963; explicó que este sueño de Martin Luther King «sigue resonando en nuestros corazones» porque se trata de «sueños que movilizan a la acción, a la participación, al compromiso. Sueños que despiertan lo que de más profundo y auténtico hay en los pueblos».

Por cierto, el 23 de septiembre de 1964 Martin Luther King escribió una carta en la que citaba el Rosario como «de gran ayuda» en el éxito de las marchas sobre los derechos civiles.

TEMA DE LA SEMANA: MARTIN LUTHER KING: UN LEGADO NECESARIO PARA NUESTRO TIEMPO

Publicado en la edición impresa de El Observador del 20 de enero de 2019 No.1228

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