Por Antonio Maza Pereda
Ahora, en la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá 2019, el Papa Francisco dijo que la juventud no es el futuro de la Iglesia. Es, dijo, su presente. No es la primera vez: ya lo había dicho en la VI Jornada de la Juventud Asiática. En agosto de 2014. No es, pues, un tema que se le haya ocurrido al calor de las entusiastas jornadas panameñas. Es un concepto madurado y meditado ampliamente.
Esto es cierto desde el punto de vista demográfico. Hay más jóvenes que adultos y ancianos. Pero es mucho más que eso.
Tradicionalmente se ha visto a la juventud como una especie de reserva del futuro de los países y las religiones. Si se pierde el grupo de jóvenes, la población se reducirá en el futuro. Francisco dijo, ahora y en otras ocasiones, que los jóvenes son más que eso. Son el presente.
Podemos decir que la participación de los jóvenes en la Iglesia es un indicador de su salud. Si hay pocos jóvenes que asistan al culto, hay algo que falla en esa Iglesia. Si no hay grupos de militantes jóvenes, no se han desarrollado grupos atractivos para ellos y ellas. Cuando se ve poca participación de jóvenes en los grupos apostólicos, hay una señal de alarma. Y basta ir a cualquier Misa para ver que los asistentes jóvenes que van sin sus padres o sus abuelos son muy escasos.
Es fácil culpar a los jóvenes. Que si no se comprometen. Que si son superficiales. Que si grupos enteros, los millenials por ejemplo, son muy centrados en el dinero y la diversión. ¿De verdad es un problema de ellos? Yo, que soy un viejo, tengo mis dudas.
No creo que el diseño de grupo apostólico que se ofrece a los jóvenes sea el más adecuado. Sí, funcionaron para otras generaciones, pero no necesariamente funcionan ahora.
Hay una cierta rigidez para aceptar y aprobar grupos apostólicos que no sean los tradicionales. Hay también un problema de poder: los mayores raramente aceptarían ser dirigidos por los jóvenes y esperan (exigen) que los jóvenes acepten a directores mayores. ¿Hay mecanismos para incluir a los jóvenes en la toma de decisiones? Lo dudo.
Tampoco ha funcionado el sistema de los asesores eclesiásticos. Con excepciones, el asesor eclesiástico interviene y se convierte en un dirigente de facto. Con lo cual, pocos resisten esa tutela.
Tampoco se trata de segregar los grupos por edades, desde su diseño. Sería una gran riqueza para la Iglesia la formación de grupos de todas las edades. Pero, en la práctica, eso no se ha dado. ¿Será que los mayores no han querido soltar su espacio de autoridad y no dejan espacios a los jóvenes? ¿Será que imponen horarios, tiempos de trabajo, tipos de actividades que son atractivos o factibles solo para los mayores?
Algo está haciéndose. Las propias jornadas de la juventud son una buena muestra de ello. El sínodo de los obispos sobre la juventud es otro ejemplo. Pero, claramente, no han sido suficientes. No se han publicado, en esos eventos, escritos o comunicaciones de jóvenes para jóvenes.
O de jóvenes para los adultos y viejos. Hace falta promover con mayor intensidad esa comunicación. Son los jóvenes los que pueden atraer a los jóvenes a la Iglesia. Y puede ser que a algunos no tan jóvenes.
Sí, ellos son el presente de la Iglesia. Hay que darles su lugar, confiar en ellos, apoyarlos, animarlos. Y no porque ellos nos necesiten. Sino porque todos los necesitamos a ellos.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 17 de febrero de 2019 No.1232