Por Mónica Muñoz
Creo que no hay nada más tierno que observar a los bebés cuando están en brazos de sus padres, son tan dulces e indefensos que dan ganas de protegerlos de todo lo que en el mundo pudiera amenazarlos. Al menos, ese debería ser el pensamiento de todos los que somos mayores y nos valemos por nosotros mismos, pues por los medios de comunicación últimamente nos hemos enterado de hechos espeluznantes en los que los menores sufren maltratos indecibles a manos de quienes les han dado la vida, cuyo tema tendríamos que abordar aparte, sin embargo, estoy segura de que entraña un profundo sentimiento de rechazo y dolor no superados en su infancia.
Por eso, al ver un niño pequeño, no podemos evitar una sensación de ternura, pues se trata de un ser humano que despierta a la vida y está ávido de descubrir lo que le rodea, desde sus padres y hermanos, que a diario ve y con quienes aprende a comportarse en la sociedad, hasta los animales y objetos que se presentan en sus experiencias diarias, por eso va desarrollando sus habilidades a la par que fortalece su cuerpo, que crece gracias a los cuidados y alimentos que recibe de su madre, padre o quien se hace cargo de él.
Dicen los psicólogos que es muy importante que el niño reciba una educación integral o como dirían los educadores modernos, que reciba una educación “holística”, es decir, que al mismo tiempo que aprende a caminar y a hablar, reciba atención física, psicológica y espiritual, por mencionar los campos más importantes. Los niños entienden de acuerdo a su edad, que son parte de una familia, que sus padres son las personas que proveen lo necesario en el hogar, si es que vive con los dos, que él mismo tiene un lugar y desempeña un papel en la dinámica familiar y capta cuando hay problemas o existe alguna situación que rompe con esa armonía.
Por eso no podemos pretender que con dar de comer al niño y vestirlo es suficiente. Tampoco estancarnos en lo que han hecho las recientes generaciones, llenando a sus hijos de cosas materiales, que de ningún modo los han hecho felices, al contrario, los niños que tiene abundancia de objetos se sienten solos y olvidados, porque les falta lo principal: la presencia de sus padres.
Es en este punto donde quiero hacer hincapié: los jóvenes, adolescentes y niños de la actualidad tienen hambre de afecto. Es verdad que sus padres se esmeran por darles lo mejor, o por lo menos, eso es lo que piensa una gran cantidad de padres y madres jóvenes, que trabajando en exceso para comprarle a sus hijos todo lo que les pidan, tendrán suficiente. Definitivamente eso no es verdad. Lo que realmente importa es la convivencia con ellos, que platiquen, convivan, se diviertan juntos. Que los corrijan y muestren el camino del bien, que estén atentos a sus necesidades espirituales y afectivas, a sus cambios corporales y emocionales pero sobre todo, que les den amor.
Claro es que el amor se demuestra con obras pero también con cercanía. Un abrazo, un beso, un “te amo” dicho en cualquier momento del día hará a los niños crecer seguros de sí mismos, sabedores de que tienen a sus padres con ellos y que cuentan con su apoyo y amor incondicional.
Y no se trata de consentirlos dándoles todo, sin esfuerzo de su parte, sino de hacerlos sentir amados, respetados y únicos, apoyados en todo momento de su vida, haciéndoles entender que existe lo bueno y lo malo para que con el ejemplo y ayuda de sus padres decidan escoger lo bueno. Esta vida es breve y puede cambiar de un momento a otro. Que sea el cariño lo que perdure en nuestras relaciones familiares, nunca estará de más demostrar el amor a nuestros seres queridos, recordemos que ahora estamos aquí pero mañana, quien sabe. No seamos tacaños para abrazar y besar a nuestra familia, porque con ello estaremos fomentando la cordialidad en el trato con los nuestros. Y con los extraños, con comenzar saludando estaremos marcando la diferencia. Una actitud positiva siempre será contagiosa y se agradecerá en el alma.
Hagamos de nuestra casa un hogar acogedor, saludando a los otros miembros, despidiéndose con un abrazo y un beso, diciéndose cuánto se aman para que cuando llegue el momento de la despedida definitiva, no quede nada pendiente por decir o hacer. Disfrutemos de la compañía de nuestros seres queridos, que Dios nos ha regalado para ser familia de sangre.
Que tengan una excelente semana.