«¿PARA QUÉ QUIERES LA VIDA SI NO LA DAS POR CRISTO?»

Juan Manuel Martínez Macías nació en Aguascalientes el 14 de junio de 1900. Y aunque para muchos es un verdadero santo, hay que decir que en su juventud estuvo no sólo despegado de las cosas divinas sino justo en el extremo contrario.

Hijo de Juan Martínez y Simona Macías, tenía dos hermanas, María Guadalupe y Petrita; esta última se convertiría en monja. Pero  Juan Manuel era conflictivo y causó muchas penas a la familia: era rebelde y estaba contra todo y contra todos, por lo que no es extraño que sintiera también un odio feroz contra la Iglesia, por ello  llegó a apedrear y golpear a sacerdotes, escupía a los templos y trataba de causarles destrozos.

Tal era su odio anticristiano que durante la Guerra Cristera no dudó apoyar al ejército. En 1930  Juan Manuel intentó destruir la Catedral de Aguascalientes: coludido con otros hombres, planeó colocar una bomba para hacerla estallar. Sin embargo, al llegar a su casa el 2 de febrero, encontró a su mamá rezando frente al crucifijo de su casa, y escuchó cómo ella le pedía perdón a Dios por los pecados de su hijo. Al cuestionarla Juan Manuel por aquella escena, doña Simona le hizo saber que había encontrado en la recámara de él unos papeles que daban cuenta de su complicidad con otros sujetos en el plan de colocar la bomba el día 11 de ese mes en la Catedral. Su madre le dijo  llorando:

—Te quiero mucho, hijo, pero al mismo tiempo te odio porque eres enemigo de Dios.

Sacudido por palabras tan fuertes, él le juró:

—Mira, madre: desde este momento va a ser otro tu hijo; si te lo cumplo, que este Cristo me bendiga, y si no te lo cumplo, que este Cristo me maldiga.

Y añadió:

— Sé que lo que voy a hacer me va a costar la vida.

Y entonces su madre le dijo:

— ¿Y para qué quieres la vida si no la das por Cristo?

Esa pregunta materna se convirtió en algo clave para el resto de su existencia; años después,  cuando ya era sacerdote y habitaba en las Islas Marías, él decía: «Cuando me llega la nostalgia de la libertad, cuando quiero abandonar todo aquello, parece que la voz de mi madre hace eco y permanece allí: ‘¿Para qué quieres la vida si no la das por Cristo?’».

¿POR QUÉ «PADRE TRAMPITAS»?

0Conforme a su juramento de cambiar, Juan Manuel Martínez quiso consagrar su vida entera a Dios convirtiéndose en sacerdote. Pero debido a sus antecedentes anticlericales tuvo que marcharse a Estados Unidos.

En Texas ingresó al seminario jesuita, y ahí mismo fue ordenado presbítero.

El padre Martínez Macías reflexionó en que si él había ofendido tanto a Dios y hecho sufrir a su familia, y aun así el Señor en su bondad lo había redimido, entonces él podía ayudar a otros para que también se enmendaran y alcanzaran la salvación, y que el lugar ideal para encontrarlos era en las cárceles.

Él decía de los reclusos: «Son un poco ladroncitos, un poco matoncitos, pero también son Hijos de Dios».

La primera cárcel a la que llegó fue la de Levenworth, en Estados Unidos, y ahí lo mandaron a atender al área de los internos a los que se les decía tramps (vagabundos), por lo que a él lo apodaron «Father Tramps»; de ahí que, al regresar a México, se le conociera como el «Padre Trampitas».

PRESO VOLUNTARIO

En la década de los 40 del siglo XX, el «Padre Trampitas», por libre voluntad, decidió que debía hacer algo por los reclusos de las Islas Marías. Pero como no se trataba de una cárcel ordinaria sino de una colonia penal, el único modo de acceder al lugar era si se volvía un recluso.

Así, solicitó su ingreso como preso voluntario, y llegó al lugar en 1948, donde vivió unos cuarenta años.

Ahí estuvo a merced de incesantes peligros, pero logró la conversión total de muchos presos, y de hecho bautizó a unos mil. El ambiente en el que se movía no le permitía  aflojar la guardia; pero él nunca perdió su carácter alegre y bromista. Dicen que modificó  aquellos dulces versos de santa Teresa de Jesús: «Nada te turbe, nada te espante…» en un lema de supervivencia políticamente incorrecto: «Nada te turbe, nada te espante, miéntales la madre y sigue adelante». Pero su verdadera estrategia era la oración.

Cuando tenía 79 años, en una de las pláticas que rara vez podía dar en retiros en la zona continental mexicana, dijo el sacerdote: «Miren, esas conversiones de las que tanto hablo yo se las debo a la oración, no cabe duda que la oración todo lo alcanza.

«Y si alguna madre de familia tiene un hijo que va por malos pasos, haga lo que mi madre hizo, de veras: la oración, la oración».

«BENDITA SEA TU PUREZA»: CONVERSIÓN DE ÚLTIMA HORA

Contaba el «Padre Trampitas» que a principios de 1949, estando casi recién llegado a las Islas Marías, había una reclusa llamada Victoria, muy agresiva. «La enviaron a un lugar llamado Aserradero, donde en ese tiempo estaban las personas que debían de siete homicidios para arriba. No había separación de hombres y mujeres, estaban todos juntos. Y de allá mandaron decir: ‘Sáquenla de aquí, porque o nos mata o la matamos. Ya nos tiene a tres descalabrados’».

Entonces ese día el sacerdote ofreció la Eucaristía por Victoria: «Le dije a Nuestro Señor: ‘Llévatela, porque ya no la aguantamos aquí. A ver si Tú la aguantas por allá’». Al salir de la Misa, estaba el «Padre Trampitas» a la sombra del hospital cuando fue Victoria para que le curaran «un uñero» en la azotea, pues era el único lugar donde había agua. Al rato escuchó que estaba peleando.

«Entonces pensé: ‘Ya se está peleando esta vieja loca’. Y estaba yo mirando así para arriba y que la voy viendo venir por el aire. Dio una vuelta completa todo su cuerpo y, finalmente, se estrelló en el cemento. Impactado por lo que había presenciado, le dije a Nuestro Señor: ‘Oye, Señor, así no quedamos. Yo te dije que te la llevaras, pero en gracia’.

La ingresaron en urgencias. Un médico dijo que estaba en coma, con fracturas múltiples y sin remedio.

El presbítero oró con urgencia a laVirgen de Guadalupe, y antes de terminar su oración Victoria abrió los ojos. Entonces sostuvieron este diálogo:

— Victoria, no vengo a decirte que te confieses, ¿eh? Vengo a decirte que dentro de unos cuantos minutos, no horas, minutos, estarás frente al Tribunal de Dios.

— ¿Y qué jijo de tal por cual le importa? ¡Lárguese a la fregada!

— Oye, Victoria, piensa en tu niñez. ¿Te acuerdas cuando estuviste interna en un orfanatorio para niñas pobres? De seguro comulgabas, ¿verdad?

— Claro, si no me bajaban la nota, monjas jijas de tales por cuales…

— También me dijiste que habías sido congregante de la Virgen María, ¿verdad?

— Sí, ¿y qué?

— De seguro que cuando recibiste la medalla hiciste una buena confesión y también comulgaste. Y cantaban en la congregación, ¿verdad? ¿Es cierto que cantaban el «Bendita sea tu pureza»?.

— Y a tres voces, Padre… ¡Si viera qué bonito!

— Ah, ¿y cómo termina ese canto, Victoria?

— No me dejes, Madre mía.

— ¿Cómo?

— No me dejes, Madre mía.

— Repítelo, Victoria, repítelo más fuerte; ésta es la hora en que la Virgen María te va a pagar esa Comunión que hiciste cuando recibiste tu medalla, cuando te consagraste a ella.

— ¡Padre, todavía estoy viva; confiéseme!

«Cuando terminé de darle la absolución, vi que disminuía la intensidad de su voz. Movió los labios pronunciando en silencio las mismas palabras: ‘No me dejes, Madre mía’. Y allí quedó. ¡Qué misericordia tan grande la de Dios Nuestro Señor cuando un pecador se arrepiente!».

PANCHO VALENTINO, EL «MATACURAS»

Cuando el «Padre Trampitas» llegó a vivir a las Islas Marías, uno de los reclusos se le acercó para saludarlo con estas palabras: «Yo soy ‘Pancho’ Valentino, el matacuras, ¿eh?».

Efectivamente, Pancho Valentino fue un boxeador de los años 50,  que estuvo preso quince veces por robo, lesiones, allanamiento de morada, usurpación de funciones, violación, trata de blancas y, finalmente, por asesinar a un sacerdote cuando entró con cómplices a robar las limosnas de un templo, lo que le valió el mote de «matacuras» y fue destinado a las Islas Marías.

El sacerdote no se dejó intimidar  sino que le contestó: «Pues mira:  yo soy el ‘Padre Trampas’, el que mata a los matacuras; y no te me enchueques porque te lleva la…».

Pasaron los años y un preso inglés le advirtió: «‘Padre Trampitas’, cuídate de Pancho Valentino porque anoche me invitó para matarte. Yo no quise aceptar, porque a ti te debo la salud de mi esposa y mis hijos».

Poco después, un 2 de enero por la noche, llegó Pancho a la sacristía y le dijo al sacerdote que fueran ante el sagrario. «Ya me llegó la hora», pensó el presbítero. El presidiario estuvo jugando con palabras tontas hasta que el «Padre Trampitas» le dijo: «Mira, Pancho: ya se a lo que vienes, lo que has de hacer hazlo pronto, te prometo no meter las manos para defenderme».

Cuál no sería su sorpresa cuando Pancho se quedó mirando a la Virgen de Guadalupe y comenzo a decir:  «¡No!, ¡Ya no, Madrecita!, ¡Ya no, Madrecita!, ¡Ya no, Madre de Dios! ¡Ayúdame!», y en lugar de lanzarse sobre el sacerdote  se fue contra el sagrario exclamando:  «¡Señor, Dios, perdón, perdóname! ¡Señor, perdóname! ¡Señor, Señor Dios del Perdón, perdóname, Señor! ¡En este momento, hace 10 años, un santo sacerdote tuyo expiraba entre mis manos asesinas!».

TAMBIÉN EN AGUASCALIENTES

Cuando Juan Manuel Martínez Macías reveló a sus amigos anticlericales de Aguascalientes que se iría al seminario, no le creían. Luego uno de ellos, llamado Juan pero apodado por su calvicie «el perro pelón», le dijo: «¿Tú para sacerdote?, oye, pues te diré como dijo Dimas: ‘Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino’

Contó el «Padre Trampitas»: «Años después, cuando me ordené, me acordé de él y pedí por Juan en mi primera Misa. Volvieron a pasar muchos años y en 1973 vine de nuevo a Aguascalientes a celebrar mis Bodas de Oro».

«Después de aquella solemnidad mi sobrino me estuvo paseando, y cuando veníamos por una calle que va a dar al Parián, pasó una troca muy de prisa, cargada de mercancía, y dio vuelta al mercado en el momento en que bajaba un señor de la banqueta. Se lo llevó. La rueda trasera casi le separó la cabeza del tronco, no se movió, así se quedó. Yo estaba como a unos siete metros de distancia en el carro de mi sobrino, brinqué y llegué con todo el poder que Dios me ha conferido: indulgencia plenaria, bendición papal, escapulario de la Virgen del Carmen que de inmediato se lo coloqué entre la ropa; todo cuanto pude y que tenía a mi alcance. Llegaron los reporteros y otras personas y uno dice: ‘¡¡Ah, yo lo conozco!, es un borrachito que hace mandados aquí en el mercado. No sé cómo se llama pero le dicen  Juan, el perro pelón’».

«¡Ay, sentí un escalofrío en todo mi cuerpo! Me acordé que hacía 53 años este hombre me había dicho: ‘Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino’.  ¡Eso ya no puede ser coincidencia, es Providencia de Dios! De seguro que cuando este hombre me dijo: ‘Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino’, me lo dijo de corazón, y Dios ha de haber contestado: ‘Así será’. Y se cumplió después de 53 años. ¡Gloria a Dios, Gloria a Dios!».

SU AMISTAD CON «EL SAPO»

Uno de los criminales más crueles y sanguinarios del país, enviado a purgar su castigo en las Islas Marías, fue «El Sapo».

Se le atribuían, sin comprobar, más de cien asesinatos, siendo su primera víctima un compañero de escuela a quien le clavó en el pecho un compás.

Su nombre era José Ortiz Muñoz, y el apodo de «El Sapo» se debía a sus  ojos saltones. Fue condenado inicialmente a 28 años de cárcel y después a 40 más, tras el asesinato de Isidro Martínez García, un migrante cubano al que mató a puñaladas.

En una ocasión el «Padre Trampitas» y «El Sapo» coincidieron en el cementerio del penal, cerca de la tumba de uno de los pocos amigos del criminal. Se sentaron sobre un sepulcro y el sacerdote le preguntó si quería confesarse.

—Sí.

— ¿Cuáles son tus pecados.

—¡Todos!

El sacerdote le preguntó qué oraciones sabía rezar para darle una penitencia, pero «El Sapo» respondió que ninguna.

—No te preocupes, yo haré la penitencia por ti, pero me gustaría que este domingo asistieras a Misa.

Desde aquel día «El Sapo» aprendió a rezar, jamás faltó a Misa y se convirtió en un gran amigo del sacerdote.

José nunca dejaba un enorme machete con el que se defendía, hasta que lo convenció el «Padre Trampitas» de dejarlo, ya que si iba a cambiar tenía que hacerlo de manera completa. Así lo hizo José, pero al verlo desarmado y con una actitud diferente, sus muchos enemigos le tendieron una celada y lo mataron destrozándolo a machetazos.

El padre Juan Manuel se sintió en parte culpable de aquella muerte, y pidió que al morir fuera sepultado junto con su amigo «El Sapo».

El «Padre Trampitas» falleció a los 87 años de edad, en la ciudad de Guadalajara, a donde había sido llevado a un hospital porque estaba muy enfermo; pero, cumpliendo con su última voluntad, sus restos descansan en las Islas Marías al lado de su gran amigo «El Sapo», aquel pecador verdaderamente arrepentido que aceptó la invitación de convertirse radicalmente a Cristo.

TEMA DE LA SEMANA: ISLAS MARÍAS: EL EVANGELIO TRAS LOS «MUROS DE AGUA»

Publicado en la edición impresa de El Observador del 17 de marzo de 2019 No.1236

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