Montse Soria, Concepción Rodríguez, Ariana Martínez, Katia Barrera y Fernanda Ledesma son cinco jóvenes universitarias en el área de psicología y trabajo social. Su misión social inició con un proyecto universitario para acreditar una materia y luego de ir viviendo la experiencia de la asistencia social descubrieron que, para reducir la pobreza, la marginación y la vulnerabilidad, es necesario renunciar a uno mismo y descubrir el poder de la ayuda humanitaria.
Por Mary Velázquez Dorantes
Durante meses gestaron el proyecto «Colores de Alegría» que consiste en brindar apoyo alimenticio a los pacientes de familiares en hospitales públicos, quienes bajo la desesperación de la enfermedad y el desgaste económico pasan largas jornadas sin acceso a los alimentos.
Además de agregar el aprendizaje vivido en sus aulas de clase, brindando contención y apoyo emocional para las familias que están viviendo una situación de crisis a causa de la enfermedad, estas chicas originarias de los municipios de Colón, Cadereyta de Montes y de Ezequiel Montes dialogaron con El Observador de la Actualidad a partir de su experiencia de apoyo humanitario.
¿Qué ha significado para ustedes brindar asistencia y apoyo social a los más débiles?
Todo inició en una clase. Buscábamos crear un plan que innovara socialmente, que a través de las redes sociales pudiéramos impactar y obtener fondos económicos para generar una idea de asistencia social. La tarea no ha sido fácil porque vimos muchas necesidades humanas, pensamos en los niños con discapacidad, en los adultos mayores de nuestros municipios, en las casa – hogar. Sin embargo, como fuimos avanzado, descubrimos que para ayudar a los demás no tenemos que partir de proyectos muy ambiciosos o gigantescos. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de las necesidades que tienen los familiares de pacientes en los hospitales públicos. Se trata de familias que vienen desde comunidades muy lejanas, con un margen de pobreza impactante y que pasan días enteros sin tener acceso a comida, atención emocional, albergue o recursos económicos. Hemos tenido severos retos para poder brindar ayuda: algunos fueron escolares y otros personales. Fue entonces cuando descubrimos el gran regalo de dar sin recibir nada a cambio.
¿Cómo han vivido la experiencia de manera personal?
Yo vengo de una comunidad en Cadereyta y el proyecto, además de vincularme con la psicología, me ha permitido sentir solidaridad por las personas que realmente lo necesitan. Yo trabajo con niños del programa CONAFE. Observo sus carencias, pero además he descubierto las carencias emocionales de los familiares. Cuando existe un enfermo al que sólo tienen acceso por turnos, que se han quedado sin recursos ni quiera para regresar a sus casas, todo ello me ha ayudado a descubrir que podemos hacer mucho desde nuestras posiciones, como estudiantes y como seres humanos. (Ariana, 18 años).
Muchas veces los proyectos sólo se quedan en ideas, no se ejecutan. Nosotras cinco logramos concretarlo de forma real, estar en contacto con la realidad, descubrir las dimensiones de ayudar al otro, de visualizarlo.
Cuando descubrimos que ayudar no es nada más una bonita causa, sino que pone al ser humano en la reflexión de no ser uno mismo y sus problemas, adv ertimos que todas las personas requieren de ayuda, entonces ya no es la persona en aislado, ya somos un nosotros. (Katia, 18 años).
¿Qué ha significado el dar sin esperar recibir?
Desde la profesión del servicio social descubrí que la verdadera tarea era dar sin recibir. Para mi ha sido muy gratificante saber que puedo ayudar a quien lo necesita. Todos en algún momento podemos necesitar de los demás y es bueno saber que hoy podemos ser quieres brindan ayuda. Me he dado cuenta que mi área requiere justamente el desprendimiento y lo que era un proyecto se convirtió en una causa (Montse, 18 años).
Cuando uno descubre que no sólo los enfermos sufren sino todas las personas que los rodean también, entonces la venda se cae de los ojos. Las personas que están en un hospital no sólo esperan noticias de sus enfermos, también esperan apoyo emocional. Desde mi campo descubrí que un proyecto no es grande por la magnitud de alcance, sino por la solidaridad con que las personas lo pueden realizar al reconocer al otro en todas sus necesidades. (Fernanda, 18, años).
Yo creo que la tarea no fue el proyecto, fue el descubrir nuestro potencial como seres humanos; eso es lo más significativo. Hoy lo vemos cuando ejecutamos acciones que tocan la ayuda de los demás, los retos de poder lograrlo juntos como sociedad y comunidad (Concepción, 18 años).
Publicado en la edición impresa de El Observador del 21 de abril de 2019 No.1241