Por P. Fernando Pascual
En algunos modos de presentar la historia de la humanidad se recurre a términos que hablan sobre el tiempo y sobre el espacio, sobre todo cuando se analiza el menor o mayor progreso de los pueblos.
Entre esos términos, dos se refieren al tiempo: antes y después. Otros dos términos aluden al espacio: atrás y adelante.
Resulta fácil asociar «antes» a «atrás», mientras que «después» (o ahora, si se usa como diferente de «antes») quedaría unido a «adelante».
El uso de esos términos estimula a la mente pero puede llevar a errores de perspectiva en ciertas valoraciones. Por ejemplo, cuando se juzga que un pueblo está retrasado porque se ha quedado «atrás» y busca vivir en el pasado (en el «antes»).
Esos errores ocurren cuando se piensa que lo de ahora (o después) sería automáticamente mejor respecto de lo de antes, como si los cambios fuesen garantía de mejora, de avance, de progreso.
Basta un poco de perspicacia para reconocer que algunos cambios que han dejado «atrás» modos de pensar y de vivir han sido dañinos y, por lo tanto, han impedido alcanzar un verdadero progreso.
Al mismo tiempo, en el mundo de hoy perviven personas y pueblos que piensan y viven como se hacía hace décadas, o incluso siglos, sin que ello implique un haberse quedado «atrás» o haber perdido el tren de la historia.
En realidad, todo ser humano, viva como viva, piense como piense, es un protagonista de la historia. Sus ideas y sus comportamientos podrán ser juzgados como mejores o peores, pero no tiene sentido condenarlos como si hubiesen quedado superados por el «adelante» o el «después».
No es justo, por lo tanto, decir que una persona que escoge no usar computadora ha quedado atrás, porque sin ese aparato puede hacer mil cosas buenas. Como tampoco es correcto decir que otra persona ha progresado hacia lo mejor simplemente porque tiene un teléfono móvil.
Lo importante, a la hora de hablar de mejoras o de daños, es ver si este modo de pensar y de vivir corresponde a lo más específico del ser humano, a su apertura hacia el amor a Dios y hacia los demás.
Solo desde esos parámetros llegamos a una buena comprensión de lo que sea el progreso auténtico y justo que esperamos alcancen todo, tanto si viven sin tecnologías sofisticadas como si emplean aparatos electrónicos recién inventados.