Dulce Anahí es una joven de 21 años, originaria de Michoacán y residente de Chicago, Illinois, desde hace cinco años. En este tiempo tuvo la oportunidad de estudiar una licenciatura, de servir en la Pastoral Juvenil Hispana de Estados Unidos acompañando a los jóvenes y adolescentes en su encuentro con Dios y ahora ha decidido dejarlo atrás para convertirse en religiosa, y para cumplir este nuevo sueño tendrá que mudarse a Perú
Por Chucho Picón
¿Por qué dejar el «sueño americano», el sueño que muchos quieren, para mejor irte de consagrada?
▶ Mi familia y yo somos inmigrantes y, como muchos otros, mis padres hicieron muchos sacrificios para que mis hermanos y yo tuviésemos mejores oportunidades de estudio, de trabajo, y de vida. Tal como nosotros, millones de inmigrantes salen de sus países y buscan vivir ese «sueño americano» aquí en Estados Unidos.
En algún momento de mi vida ésta también era mi meta. La idea de superarse y tener una mejor calidad de vida creo que es algo muy válido y muy bueno que las personas busquen.
Llegué a darme cuenta de que la felicidad que buscaba vivir en los bienes materiales es una felicidad pasajera, y que todos estamos llamados a algo más grande, más profundo, que tiene que ver con la vocación personal y la vida en Dios. Cuando nos olvidamos de eso, la vida se vuelve gris, monótona, aburrida y vacía. Descubrí que el amor de Dios es tan grande que, comparado a su lado, nada puede hacerme tan feliz. Por medio del discernimiento descubrí que Jesús es ese Tesoro, esa Perla fina por la cual quiero vender todo lo que tengo para tenerlo a Él. Le entregué a Dios mis planes, y Él me propone ser plenamente feliz en su plan que ha pensado desde siempre para mí.
¿Cómo fue tu llamado? A tu edad otras jóvenes piensan en casarse, en tener novio o viajar, comprar cosas…
▶ Dios, en su infinita misericordia, puso este anhelo en mi corazón de servirlo más profundamente hace ya un tiempo. Ha sido una aventura y no cabe duda de que Él lleva el timón de este barco, puesto que las experiencias que he vivido son providenciales. A los quince años, más o menos, tuve un primer acercamiento a la vida consagrada en mi ciudad natal, pero no entendía muy bien de qué se trataba, ni siquiera que pudiese ser una opción de vida; no había asistido a escuela de religiosas, y no había ninguna hermana en mi parroquia.
Sin embargo, Dios encontró la manera de llamar mi atención. Algo en aquellas religiosas resonaba en mi mente y mi corazón. Yo observaba que eran muy felices y que eran muy auténticas.
Cuando tenía 16, comencé a frecuentar más la comunidad. Fue durante ese tiempo cuando comencé a pedirle a Jesús que me ayudara a entender mi vocación y a ver por primera vez que Dios podía llamarme a consagrarme a Él. Después de unos meses fue cuando mis papás me trajeron a vivir a Estados Unidos; fueron momentos muy difíciles, viví situaciones muy duras en mi familia. Para mí todo era nuevo, así que la idea de encontrar mi vocación ya no era tan relevante en esos momentos; perdí contacto con las religiosas en México. Mi enfoque era adaptarme a mi nueva vida, aprender inglés, estudiar mi carrera.
Después de un tiempo, cuando tenía 19 años más o menos, y después de constantes encuentros con la mirada profunda de Jesús en la intimidad de la oración, terminé por rendirme ante el amor de Dios. Busqué entonces una guía espiritual para contarle mis inquietudes y ella me fue acompañando; le fui encontrando la forma a los anhelos que Dios ponía en mi corazón. Y me recomendó buscar diferentes congregaciones para que pudiese ver los diferentes carismas. No sabía por dónde comenzar, así que como buen millennial recurrí al internet. Comencé a «googlear» comunidades religiosas que tuviesen un carisma que me llamase la atención. Le pedí mucho al Espíritu Santo que me guiase en esa búsqueda. Fue así como encontré a la Sociedad de Vida Apostólica, Siervas del Plan de Dios.
Me llamó mucho la atención el apostolado que realizan con más necesitados, así que les escribí. Ellas me han estado acompañando desde entonces. En mayo del año pasado viajé a Perú para conocerlas más de cerca, y ahí tuve una experiencia que cambió mi vida: pude ser parte de los diferentes proyectos que la comunidad realiza y compartí de cerca con los desamparados. En medio de esa experiencia de dolor, experimenté también la invitación a consolar, a llevar a Jesús a los demás y a amar sin límites. Ahora todo cobraba más sentido, estado en la comunidad, me sentía muy plena y feliz. Mi corazón hizo «click» con lo que estaba viviendo, con el carisma y con la propuesta de Dios.
Para cumplir tu llamado vocacional ¿qué necesitas?, ¿tienes que viajar a Perú?
▶ Este discernimiento consta de etapas: antes de ingresar a la comunidad formalmente, viajaré en los meses de mayo, junio y julio a Lima, donde se encuentra el centro de formación, para ser parte de una experiencia. Dicha experiencia requiere de mucha preparación durante este tiempo de discernimiento como candidata, que es lo que vivo ahora.
Este tiempo me ha permitido hacerme consciente de quién soy yo realmente, de categorizar dones y talentos, de vivir mi proceso de conversión continua, y de muchas otras cosas que son parte de mi vida cristiana.
Para concluir, ¿qué le dices a toda tu familia, a la que dejarás; a tus amigos, qué les dices antes de partir?
▶ Tengo tanto qué decirle a todos. Yo sé que para mi familia y amigos no ha sido nada fácil pensar que ya no viviré cerca de ellos; tampoco para mí es fácil. Pero me gustaría decirles que no se preocupen por mí, que voy en busca de la voluntad de Dios y de mi felicidad; Él dará la gracia para acoger esto con amor.
AÝUDALA
Datos para ayudar a Dulce a cumplir su sueño:
GoFundMe
https://www.gofundme.com/respondiendo-al-llamadoanswering-he-call
Publicado en la edición impresa de El Observador del 7 de abril de 2019 No.1239