Por Antonio Maza Pereda

No es fácil perdonar. Sin embargo, la sabiduría de la Biblia pide-manda que se debe perdonar hasta setenta veces siete. Pero, posiblemente, pedir perdón sea más difícil. Pedir perdón de corazón, de deveras. De dientes para afuera, es fácil. Los abusadores de niños y mujeres, los violadores y golpeadores, y los infieles piden perdón con gran facilidad. Solo para volver a las mismas rápidamente. De esa manera, es fácil pedir perdón.

Pedir a otro -exigirle- que pida perdón, es otro tema. En asuntos personales y familiares, exigir a otro que pida perdón, casi siempre va acompañado a algún tipo de amenaza: «Pídeme perdón o yo…» Y el resultado depende de lo fuerte de la amenaza y de la capacidad de cumplirla. No deja de ser, por otro lado, un tanto doloroso tener que exigir a alguien que pida perdón. Porque el ofensor no está dispuesto a pedirlo, a no ser que se vea obligado. Esa petición de perdón vendrá del temor a la amenaza, no de la sinceridad de un corazón arrepentido.

Cuando un país pide – exige- a otro que pida perdón, el tema es el orgullo nacional. El país que debe pedir perdón siente que se le humilla. Por ello, es tan difícil que se den estos actos. Hace ya algún tiempo, Japón pidió perdón a Corea por actos contra la población civil durante la colonización de los coreanos y en particular por haber obligado a muchas mujeres para que sirvieran como prostitutas para el ejército japonés. El primer ministro japonés lo hizo con un lenguaje tan estudiado que los coreanos sintieron que no se les estaba perdiendo perdón sinceramente.

Es difícil, pero no imposible. La canciller alemana, Ángela Merkel, pidió perdón a los israelitas por el Holocausto. A pesar de que, por supuesto, ella no tuvo ninguna participación en esos hechos ni tampoco la inmensa mayoría de los alemanes actuales. Pero los alemanes quisieron expresar la vergüenza por los hechos que ocurrieron en su nación. Algunos más lo han hecho: Canadá pidió perdón a sus indígenas y a su comunidad judía; el Reino Unido a los pueblos del Caribe. España, curiosamente, hace poco pidió perdón a las comunidades sefardíes por la expulsión de esas comunidades en tiempos de Isabel la Católica. Y el Papa Francisco pidió perdón en Bolivia por los crímenes contra los pueblos originarios durante la conquista de América.

Pero hay un tipo de petición de perdón que es más necesaria que la que pidió, el mes pasado, Andrés Manuel López Obrador a España y al Papa. La sociedad mexicana debería pedir perdón a los pueblos originarios de nuestra patria. Nosotros somos los descendientes de los conquistadores y colonizadores de México. No los españoles actuales, los peninsulares. Somos nosotros los que, por quinientos años hemos discriminado y explotado a los pueblos originales. O hemos permitido que otros lo hagan. Nuestra clase política los ha tomado como carne de cañón electoral y luego no les ha cumplido sus promesas. Y hay quienes los toman de bandera para su propio beneficio. Este es el tipo de disculpas que varios indígenas, entre ellos Xóchitl Galvez, están pidiendo. A nuestros pueblos originales de poco les sirve que el rey de España les pida perdón. Su reivindicación, dice Xóchitl, no está en España: está aquí.

Claro, siempre será más fácil criticar a otros que hacer una auténtica autocrítica. Pedir a esta sociedad que pida perdón, de a deveras, no es fácil. Hay que reconocer que hay muchas resistencias y que habría que pagar un costo político. Es algo que tomará tiempo y que no se puede programar para una fecha específica. Y, claro, no bastará con pedir perdón. Habrá que tomar medidas preventivas para que el mal no retoñe y disposiciones para retribuir los daños, aunque solo sea en alguna medida. Para lograr una mayor medida de unidad en nuestra sociedad. Tema que, hoy por hoy, se ve lejano.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 7 de abril de 2019 No.1239

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