Jérôme Lejeune había sido segregado a causa de su postura antiabortista. Pero un científico católico y valiente defensor de la vida humana no podía pasar desapercibido para san Juan Pablo II. Antes de ser Papa ya sabía de los trabajos y del testimonio cristiano de Jérôme, con quien tuvo contacto por primera vez en Polonia, cuando era arzobispo de Cracovia. El pontífice de aquel momento era Pablo VI, quien nombró a Jérôme en 1974 como miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias.

Cuando Karol Wojtyla se convirtió en Juan Pablo II, mantuvo gran cercanía con el científico y se hicieron muy amigos; de hecho, el 13 de mayo de 1981, el mismo día del atentado perpetrado por Ali Agca en la plaza de San Pedro, Jérôme y su esposa, Birthe, habían comido con Juan Pablo II en el Vaticano.

Después de esto, los esposos habían abordado un vuelo de regreso a Francia, y al llegar allá se enteraron de que el santo Papa polaco había sido herido y que se debatía entre la vida y la muerte. Entonces, como en una especie de comunión de santos, Jérôme cayó enfermo, con dolores «similares a los del Papa», según explicaría años después su hija Clara, pues a Jérôme no le gustaba alardear de la conexión que tenía con Juan Pablo II. Sorprendentemente, a Jérôme lo operaron de emergencia de la vesícula a la misma hora en que el Papa fue operado a causa del atentado.

Ambos se repusieron, y después de cavilar sobre la situación mundial, el pontífice pensó en 1993 fundar la Pontificia Academia para la Vida, y nombró a Jérôme presidente de ésta, iniciando el 26 de febrero de 1994.

Si bien la Pontificia Academia de la Vida continúa, fue reformada en 2016 , de manera que aunque en sus estatutos se lee que «los nuevos académicos se comprometen a promover y defender los principios relacionados con el valor de la vida y la dignidad de la persona humana, interpretados de una manera coherente con el Magisterio de la Iglesia», ya no tienen que firmar la «Declaración de los Servidores de la Vida», un juramento que tradicionalmente hacían los miembros al ser admitidos en la Academia, y que fue redactado por Jérôme Lejeune.

Por esto mismo, actualmente en la Academia ya no hace falta ser católico para pertenecer —es cierto que desde otras confesiones religiosas también se puede defender la vida.

Al momento de su fundación, san Juan Pablo II y Jérôme Lejeune tenían un pensamiento común: que el aborto es la principal amenaza contra la paz, y que la Academia debía estudiar, informar y formar sobre los principales problemas de biomedicina y de derecho, relativos a la promoción y a la defensa de la vida, sobre todo de los más vulnerables, pero todo ello de acuerdo con la moral cristiana y el bimilenario Magisterio de la Iglesia.

El papel de Lejeune en la naciente Academia fue muy breve, pues murió el 3 de abril de 1994. Con motivo de su muerte, Juan Pablo II escribió al cardenal Lustinger, de París, diciendo:

«Llegó a ser el más grande defensor de la vida, especialmente de la vida de los por nacer, tan amenazada en la sociedad contemporánea (…). Lejeune asumió plenamente la particular responsabilidad del científico, dispuesto a ser signo de contradicción, sin hacer caso a las presiones de la sociedad permisiva».

D. R. G. B.

TEMA DE LA SEMANA: EL CIENTÍFICO QUE PERDIÓ EL NÓBEL POR RECHAZAR EL ABORTO

Publicado en la edición impresa de El Observador del 31 de marzo de 2019 No.1238

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