Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío. ¡En un corazón encendido de amor como el Tuyo, transforma el mío!
Por Alejandra Sosa / Desde la Fe
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1. Ignorarla o desestimarla
La devoción al costado abierto de Cristo y a Su amor ha existido desde los tiempos más remotos del cristianismo, pero fue en los siglos XI y XII que comenzó la devoción propiamente al Sagrado Corazón, como consta en escritos de san Anselmo, san Bernardo, santa Gertrudis y santa Matilde. Hubo muchos santos que le tuvieron devoción, pero fue hasta 1673, cuando Jesús se apareció a santa Margarita María Alacoque, religiosa del monasterio de la Visitación (orden fundada en 1610 por san Francisco de Sales), que esta devoción cobró la fuerza e importancia que tiene hoy.
2. Buscar sólo el beneficio
Jesús le pidió a santa Margarita María Alacoque que consolara Su corazón, lastimado por la ingratitud y las ofensas que recibía continuamente. De ahí que la principal razón de la devoción al Sagrado Corazón es la reparación, es decir, amarlo en compensación de los que no lo aman, adorarlo por los que no lo adoran, agradecerle por los que no le agradecen.
Él hizo doce promesas extraordinarias para los devotos de Su Sagrado Corazón, y ofreció a quienes se confesaran y comulgaran el primer viernes de cada mes durante nueve meses seguidos, con intención de reparar las ofensas que recibe, que les concedería ‘la gracia de la perseverancia final’.
Lamentablemente muchos supuestos devotos del Sagrado Corazón ponen más el acento en el beneficio que esperan recibir de Él y no en consolarlo, y cuando completan los nueve primeros viernes, no vuelven a recordarlo.
3. Considerarla pase seguro al cielo
El tercer error en que podemos caer es en creer que si cumplimos lo de los nueve primeros meses, ‘ya la hicimos’, ya tenemos asegurado nuestro ‘pase automático’ al cielo. Hay quienes, confiados en que alguna vez completaron lo de los nueve primeros meses, creen que ya pueden dejar de ir a Misa, dejar de confesarse, de orar, de leer la Palabra, en suma, olvidarse de vivir su fe, al fin que están seguros de salvarse. Es un error que tiene al menos dos serias consecuencias.
La primera, que dejar de lado la vida de fe, es dejar de lado la relación personal con Jesús, y el mundo nunca compensará esa pérdida. Sólo el Señor es fuente de luz, de paz, de verdadera alegría. La segunda consecuencia es que optar por una vida de pecado pone en grave riesgo la propia salvación. El Sagrado Corazón no prometió salvar a alguien contra su voluntad, sólo prometió concederle la gracia de la perseverancia final, y como toda gracia, se la puede desaprovechar. Recordemos que en una de sus cartas pide san Pablo: “os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios”. La recibe en vano quien por haber cumplido alguna vez lo de los nueve primeros viernes, se dedica luego a vivir en pecado y muere sin arrepentirse.
La verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús consiste en sumergirnos en Su amor, amarlo en reparación por los que no lo aman, y amar a los demás como los ama Él.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío. ¡En un corazón encendido de amor como el Tuyo, transforma el mío!