Maximiliano habría sido fusilado el 19 de junio de 1867, pero las autoridades se toman un mes en redactar el acta oficial de defunción, que quedó en el Juzgado del Registro Civil de Querétaro (acta número 716 de 18 de julio de 1867), y en la que apenas dice que «Fernando Maximiliano José falleció en el Cerro de las Campanas, según oficio de la Comandancia, el 19 de junio próximo pasado, a las siete de la mañana», y se agrega en una nota marginal que «por orden del Gobierno de esta fecha se quedó el cadáver depositado en el Palacio del mismo».
Según el Juez del Estado Civil, J.A. Santos, que suscribió el documento, dichos datos generales «fueron tomados del periódico de la capital del país titulado El Globo, por no haber otros datos». Ahora bien, El Globo publicó la noticia no uno o dos días después del fusilamiento de Maximiliano, sino dos meses después, concretamente el sábado 21 de septiembre de 1867.
EL RUMOR
Esto ha dado lugar al rumor de que quizá Maximiliano de Habsburgo no fue fusilado, sino un doble suyo, y que el verdadero emperador habría escapado a El Salvador, donde murió anciano.
El arquitecto e investigador salvadoreño Rolando Ernesto Déneke señala que hay demasiadas inconsistencias en torno a la muerte del monarca. Para empezar, el fusilamiento habría sido un acto privado; no hay un registro fidedigno de que efectivamente éste ocurriera; no se tomaron evidencias fotográficas de la ejecución a pesar de la importancia nacional e internacional del reo principal, y para colmo el pelotón de fusilamiento fue mandado a traer del norte de México, es decir, que estaba conformado por soldados que nunca en su vida habían visto a Maximiliano y que,por tanto, no sabían si el hombre que tenían enfrente era efectivamente el emperador u otra persona a la que hicieron pasar por él.
Por otro lado, el emperador Francisco José de Austria, hermano de Maximiliano, pidió el cuerpo a México, pero que en lugar de eso se le envió una fotografía del cadáver de su hermano, y se le puso como condición para recuperarlo que reconociera la soberanía mexicana; mas, cuando así lo hizo, lo único que obtuvo a cambio fue una segunda fotografía con una imagen de un cadáver distinto al de la primera.
Un cuerpo le fue entregado finalmente en enero de 1868, es decir, hasta seis meses después de la ejecución; pero el cadáver llegado a Europa no tenía ningún parecido con el emperador Maximiliano, sino que más bien parecía un hombre mexicano. Según Déneke, consta en documentos históricos que la madre de Maximiliano, al ver el cuerpo, exclamó enseguida: «¡Este no es mi hijo!». El cuerpo tenía, efectivamente, piel morena, ojos negros y nariz aguileña, mientras que Maximiliano era de piel blanca, ojos azules y nariz recta.
Aunque Austria pidió explicaciones a México, el gobierno de Juárez esgrimió explicaciones extrañas, tales como que los ojos de Maximiliano se habían dañado y que, para no mandar el cadáver sin ojos, le quitaron los ojos negros de vidrio a una imagen de la Virgen de los Dolores y se los pusieron a él. Como quiera que sea, ese cuerpo fue depositado en la Iglesia de los Capuchinos, en Viena.
TEORÍAS
Es un hecho que Maximiliano era liberal, igual que Juárez. Pero mientras que del segundo no hay duda de que fue masón de grado 33 —el más alto—, del primero pareciera que si realmente llegó a tener filiación a la masonería ésta fue de tipo light. A decir del historiador austriaco Konrad Ratz, hay por escrito un testimonio que sólo existe en alemán, el del masón aristócrata alemán Carlos von Gagern, muy buen amigo de Juárez, que fue a visitar a Maximiliano cuando estaba preso porque quería saber si era masón o no. «Empezó a realizar señas de masones —dice Ratz—; Maximiliano no reaccionó y sacó [Von Gagern] la conclusión de que no lo era».
De acuerdo con esto, Juárez sí pudo hacer matar a Maximiliano. Pero si, por el contrario, ambos eran masones, esto no podía —o no debía— haber ocurrido dado el voto y juramento de solidaridad entre hermanos masones, según el cual un seguidor de la ideología masónica no puede matar a o un correligionario, sino más bien debe ayudarlo.
Volviendo con Déneke, éste dice que Maximiliano entró a San Salvador bajo el seudónimo de Justo Armas, y ahí murió en 1936. Estudios científicos de comparación craneofacial con fotografías, habrían encontrado un 95% de coincidencia entre la cabeza de Justo Armas y la de Maximiliano. También se encontró coincidencia en la caligrafía, y algo que escribió Justo de Armas haría pensar que, si efectivamente era el mismísimo emperador, escapó disfrazado de cura.
Se intentaron pruebas de ADN a finales de los años 90 para compararlas con familiares de Maximiliano, pero la muestra de Justo Armas estaba contaminada.
Redacción
¿SE CONFESÓ ANTES DE MORIR?
Si fue o no masón —masonería y catolicismo no son compatibles—, el hecho es que, cuando estaba prisionero, Maximiliano recibió el sacramento de la Confesión.
A las cuatro de la mañana del 19 de junio de 1867 el sacerdote Manuel Soria y Breña se presentó a la celda de Maximiliano. El reo se confesó y, una hora más tarde, el ministro de culto ofició Misa. Al cuarto para las seis de la mañana se dispuso el desayuno. A las seis los republicanos llegaron por Maximiliano para llevarlo en carruaje al Cerro de las Campanas, y el padre Soria abordó el mismo carruaje para acompañarlo.
EL FANTASMA DE MAXIMILIANO
Se han tejido toda clase de historias de ultratumba en torno al emperador Maximiliano.
Según un monólogo teatral, el fantasma de Maximiliano recorre el Castillo de Chapultepec. Otro dicen que se trata del espíritu de la emperatriz Carlota, que recorre aquel recinto en busca de su esposo. Pero ni él ni ella murieron en Ciudad de México.
También se ha dicho que los supuestos gritos que habría lanzado el emperador en su fusilamiento se escuchan por la noche en el Cerro de las Campanas —aunque el murió de día—; o que es en el Convento de Capuchinas donde se aparece —por las noches, claro; ¡siempre por las noches!— pidiendo ayuda para escapar.
El relato más antiguo dice que en el panteón que estaba ubicado en el Convento de la Santa Cruz se le apareció Maximiliano a un sepulturero. El trabajador pudo reconocerlo por haber visto pasear alguna vez al emperador en la Alameda. El fantasma le entregó una moneda de oro y le pidió que con ella encargara unas Misas por su eterno descanso ya que estaba en el Purgatorio. Ni qué decir que el sepulturero se desmayó del susto, pero al trascender la noticia, unas damas piadosas encargaron las Misas solicitadas, por lo que el alma de Maximiliano finalmente pudo descansar y nunca más volvió
a aparecerse.
TEMA DE LA SEMANA: EL JUICIO DE MAXIMILIANO, EL OTRO LADO DE LA HISTORIA
Publicado en la edición impresa de El Observador del 16 de junio de 2019 No.1249