Por P. Fernando Pascual
Esperar un tren que no llega. Hacer una cita con el médico que luego es cancelada. Leer una «noticia» que luego resulta falsa. Dedicar más de una hora a un juego digital mientras había tantas cosas urgentes que acometer.
Pensamos que hay momentos de nuestra vida que no tienen sentido, que son inútiles. ¿Para qué sirvió correr hacia el autobús si arrancó antes de llegar a la parada? ¿Qué ha dejado en mis manos y en mi corazón aquella conversación completamente absurda?
Hablar de cosas y acciones inútiles significa que existen otras que vemos como útiles. Quizá las primeras puedan producir algún beneficio, aunque no lo percibimos. Y tal vez las segundas no dejaron tantos beneficios como suponemos.
No resulta fácil, entonces, distinguir entre lo que es completamente inútil (¿existe algo así?), lo que es en parte útil y en parte inútil, y lo que parece inútil cuando en realidad ha dejado algún buen resultado.
Porque aquella espera «inútil» ha servido para hacernos un poco más pacientes y nos permitió saludar a un señor que necesitaba desahogarse. Sin saberlo, nuestro «tiempo perdido» resultó ser precioso para aquella persona…
Lo que sí está claro es que no nos gusta para nada emplear nuestras energías y nuestras vidas en lo que sea inútil. Tenemos un deseo profundo por lograr resultados, por alcanzar metas, por dejar en nuestro corazón y en el de otros una huella de bien y de belleza.
El camino de la vida nos pone ante cientos de alternativas. En cada opción pensamos qué pueda ser realmente útil y cómo evitar una pérdida absurda (inútil) de energías.
Por eso pedimos ayuda a Dios y a buenos compañeros de camino para que podamos, en este momento, descubrir aquello que sea mejor, más «útil», es decir, más justo, más noble, más lleno de amor y de esperanza.