Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

Antes de marchar al hospital, la viejita regó la única maceta que tenía. Porque todo lo que tenía era único, una cama, una silla, un vaso, un soplo de vida. Cuando regresó al pequeño departamento donde vivía solitaria, vio luego la maceta. “La planta que había dejado con un botón al partir, a mi regreso me ha recibido con una flor hermosa. Y le he dicho: gracias”. Así lo cuenta el escritor francés Gérard Bessiere.

A medida que una persona o una familia va teniendo más dinero, en lugar de la única silla y del único vaso que tenía, va llenándose de cosas y más cosas hasta quedar sitiado de aparatos, muebles, vajillas, lámparas, artefactos de todo tipo. La ciencia y la técnica han logrado satisfacer no sólo las necesidades materiales más apremiantes del hombre, sino que se han volcado a derrochar comodidad, descanso y bienestar.

Pero como la ciencia y la técnica producen nuevos artefactos cada 24 horas o perfeccionan los modelos anteriores, la gente se lanza a comprar las novedades para estar al día. Dentro de un año, el televisor tendrá un botón nuevo; dentro de tres años, tendrá tres botones y así hasta el infinito. Entre tanto, los pudientes compran el objeto flamante mientras desechan el anticuado. Los pobres están excluidos del juego, ellos recurren al remiendo, al arte de hacer durar los zapatos viejos y las bicicletas que más parecieran de museo.

Este siglo imperialmente tecnócrata nos ha creado la terrible mentalidad de que las cosas sólo son útiles para un poco tiempo o para unos pocos usos. Sólo sirve lo flamante, lo utilitario, lo placentero. Así surge la civilización del desperdicio que es el mundo del despilfarro, del confort y del utilitarismo, del úsese y tírese, del envase no retornable.

Por otro lado, los astutos fabricantes ofrecen sus productos rodeados de envolturas, envases, celofanes, plásticos, cajas, estuches preciosos como si fueran regalos; porque a medida que la presentación del producto es más atractiva, más fácilmente el comprador es atrapado. Sólo que es el comprador el que paga el refresco y el envase, las sardinas y la lata, la loción y el estuche lindísimo en que viene protegida.

Artículo publicado en El Sol de México, 2 de septiembre de 1993; El Sol de San Luis, 18 de septiembre de 1993.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de abril de 2023 No. 1447

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