Por P. Fernando Pascual
Diversos autores espirituales insisten en la importancia de las cosas pequeñas, en el amor que ponemos en los detalles.
San Doroteo de Gaza, en los primeros siglos, y luego autores como san Francisco de Sales o santa Teresa del Niño Jesús, reflejan muy bien esta idea.
¿Por qué dar importancia a las cosas pequeñas? Porque están siempre a nuestro alcance. Porque en ellas es fácil rechazar lo malo y escoger lo bueno.
Muchas veces creemos que la santidad o el pecado se deciden en las cosas grandes. En realidad, lo pequeño marca las actitudes de fondo y prepara para los grandes momentos.
En asuntos pequeños podemos optar por lo fácil, lo cómodo, lo egoísta, lo que satisface de modo inmediato. Ese es el camino hacia el mal.
O en lo pequeño podemos escoger lo generoso aunque cueste, lo que ayuda a otros más allá de la propia satisfacción. Ese es el camino hacia el bien.
Por eso, en cada gesto pequeño se esconde un significado grande, se pone en juego la orientación más concreto y real de nuestro amor.
¿Qué gestos pequeños puedo hacer ahora? ¿A quién puedo tender la mano? ¿A quién puedo perdonar o pedir perdón?
Hay ocasiones que exigen gestos grandes, como cuando defender la justicia implica el riesgo de terminar en la cárcel.
Pero en esas ocasiones tendremos fuerzas interiores si antes en lo pequeño aprendimos a buscar a Dios, a seguir su voz en la conciencia, a huir del egoísmo.
La vida está llena de miles de esos momentos pequeños, sencillos, que parecen sin importancia alguna.
En realidad, en cada uno de esos momentos pequeños podemos dar pasos de gigante hacia Dios de un modo fácil y asequible: escogiendo siempre aquello que nos lleve a amarle a Él y a los demás.