Por Mónica Muñoz
Hace algunos años, el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, inventó el concepto de «modernidad líquida”, con el que describe la manera de vivir de las sociedades actuales, consumistas y aterradas con la sola idea de adquirir compromisos de cualquier tipo, por la posibilidad que entrañan de terminar con la libertad del individuo. Quizá en su momento pudo parecer una exageración, sin embargo, hoy es una realidad palpable.
El mismo Bauman describe un síndrome, el de la impaciencia, con el que da a entender que cualquier vínculo resulta ser una amenaza. Para comprobarlo, ni siquiera hay que salir a la calle, basta con observar el comportamiento de los miembros más jóvenes de la familia, quienes se han contagiado de esta enfermedad del siglo XXI, en el que ya no quieren estudiar como nos tocó a nosotros, por ejemplo, la preparatoria, en la que pasamos tres años asistiendo de las 7 de la mañana a las 2 de la tarde, no, ni pensarlo, ahora buscan esas escuelitas que les prometen su certificado asistiendo dos horas diarias o algunas el sábado. Vi una publicidad de una escuela patito que ofrecía el documento con sólo “estudiar” tres meses, no sé qué pueda aprender una persona en tan poco tiempo, pero eso se atreven a promover quienes desean obtener también, dinero fácil.
Y así es todo en esta época de relaciones fugaces y complacencias instantáneas, ya nadie desea sufrir y abundan los “memes” en las redes sociales magnificando al “yo” poderoso en que puede convertirse cualquier persona únicamente a base de sus puras fuerzas, sin permitir que nadie se interponga en la realización de sus sueños, porque son obstáculos para alcanzar sus deseos, y, si surge algún atrevido pretendiendo darle consejos, se le etiqueta de “persona tóxica”, y, por supuesto, desechable, porque ¿quién es él o ella para meterse en su vida? Así, penosamente, nos construimos barreras emocionales que nos dejan más vacíos, y, curiosamente, no logramos entender por qué.
Esa es la realidad de nuestro tiempo. Vi un video bastante interesante, en el que Ricardo Trujillo de la facultad de Psicología de la UNAM comentaba que había surgido una famosa noticia en la que “científicos” habían descubierto que el amor duraba cuatro años y que si alguna pareja lograba traspasar ese tiempo, tenía un amor saludable. Por supuesto, no hay una fuente confiable que confirme tal descubrimiento, dicho sea aparte, es uno de esos rumores que surgen en las redes sociales y que todo mundo da por sentado que se trata de una verdad absoluta. La entrevista siguió, con la advertencia del psicólogo: “lo que cambia no es el concepto o la afectividad, lo que cambia es el tipo de sociedad en la que estamos”. (Trujillo, 2019) Palabras que me parecen muy acertadas.
Vivimos en un mundo en el que lo desechable es lo de moda, en el que la movilidad es lo que pone interés a las relaciones, en el que si no está en un medio electrónico no acapara la atención, en donde cultivar lo que sea, desde una planta hasta una relación, ya no funciona porque requiere tiempo, algo que no estamos dispuestos a invertir porque no nos alcanza.
Y nos damos cuenta de que vivimos saturados de cosas y que hasta los seres humanos se han convertido en objetos a los que hay que sacarles provecho porque si no, no nos sirven. Por eso estamos invadidos de gente insatisfecha que no sabe cómo dar sentido a su existencia, lo que desemboca en relaciones frustrantes y deseos de obtener cosas, cada vez mejores y modernas, pero que nada remedian, lo mejor que saben hacer es llenarnos de deudas y hacernos perder amigos y amor. Porque no se trata únicamente de construir un amor de pareja sino de reconquistar el de los hermanos, los padres, los hijos, los amigos. De revivir relaciones humanas con toda la gente con la que nos encontramos en el camino, de escucharlos y regalarles nuestra presencia, de sembrar momentos y olvidarnos del materialismo con el que ahogamos lo mejor de nosotros.
Entonces, ¿cuánto dura el amor? Todo el tiempo que nosotros deseemos darle, alimentándolo día a día con detalles, y no me refiero a regalos, sino a sonrisas, besos y abrazos, a frases cariñosas, pero también a enfrentar situaciones amargas o desagradables, porque la careta de la perfección se caerá tarde o temprano. No somos seres perfectos, somos perfectibles y debemos amarnos unos a otros con virtudes y defectos. Una amiga me dijo que alguien le recomendó: “cuando tengas un novio, no le veas las cualidades, fíjate mas bien en sus defectos, porque si te casas con él, vas a vivir con ellos todos los días”.
Rescatemos nuestros amores, deshagámonos de egoísmos y no olvidemos que la vida es corta y daremos cuentas de lo que hagamos con ella. Así, el amor durará para siempre.