Por Sergio Ibarra

Los papás representan la referencia con mayor influencia en la vida. Aun cuando se hagan mayores, enfermen o marchen a la eternidad, su guía, ejemplo, desvelos, paciencia, lucha, coraje, hábitos inclusive, viajan con nosotros, aun en su ausencia, en distintos momentos, ya de alegría, de tristeza o de duda. Vienen a nuestra mente sus frases, dichos, regaños y consejos y seguramente en mas de una ocasión habremos dicho: cuánta razón tenías.

Hace unas semanas reflexionamos en esta columna que el mandamiento no distingue si fueron requete buenos, buenos, regulares, ausentes o desobligados, lo que significa entonces que no hemos de ser nosotros quienes hagamos un juicio de su desempeño en lo moral, lo emocional o en lo económico, como tampoco, si tienen o no recursos suficientes y necesarios para terminar su vida. Es una orden.

Una orden que se prolonga a lo largo de las etapas de la vida para obedecerles, respetarles y, como dice el mandamiento, honrarles. El sentido bíblico de este último término, honrar, es en donde se encuentra la parte más profunda de la orden. ¿Por qué? Pues nada mas faltaba que no los respetáramos. Honrar,en primera instancia, refiere a alguien a quien se va a otorgar esta distinción, es decir, a quien damos una prioridad en nuestra vida, en este caso a quienes nada más y nada menos nos trajeron a este mundo.

En este contexto, honrar escencialmente se refiere a hacer nuestro mejor intento por continuar compartiendo la vida, aunque hayamos dejado el nido; llegado el momento, cuidarlos, tener un especial amor por ellos e inclusive hasta protegerlos si se dierse el caso, irrespectivamente de la situación; se trata, no olvidarlo, de una orden. El reto, si su edad y la nuestra lo permiten, es que al pasar la vida los papeles se invierten y es ahí, en donde aparece el honrarás porque de ninguna manera debe verse como una molestia y menos como una carga económica, moral o emocional.

Las opciones institucionales que se tienen en nuestra Patria para cuando lleguemos a esa etapa de la tercera edad prácticamente son nulas. Y esto ocurre cuando se requiere de una atención continua, como cuando éramos pequeños. Ello hace mayor el reto del mandamiento y nos exige, como católicos, arrimar el alma para que tengan, como dice Serrat, un final con beso.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 8 de septiembre de 2019 No.1261

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