Por Mónica Muñoz

El viernes 16 de agosto el mundo fue testigo de una inusual manifestación realizada en la Ciudad de México: varios grupos de mujeres se congregaron para exponer su inconformidad ante un presunto ataque sexual perpetrado por cuatro policías en contra de una joven de 17 años.

El caso no ha quedado del todo aclarado, pues un diario de circulación nacional acota en una nota publicada en su sitio web que «La Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México informó que ‘el momento, circunstancias, lugar y hechos’ de la violación denunciada por una menor, el pasado 3 de agosto, en Azcapotzalco, no coincide con su declaración». (La Jornada, jueves 15 de agosto, https://www.jornada.com.mx), Además, el mismo medio notificó el 16 de agosto que la chica y su madre no volvieron a presentarse para continuar la denuncia contra los oficiales.

A pesar de los resultados de las investigaciones, se llevó a cabo la marcha en la que algunas mujeres aprovecharon para dañar edificios, vehículos y personas, paradójicamente, en un acto que pretendía denunciar hechos violentos.

Sin embargo, sería necio negar lo evidente: en nuestro querido país priva la violencia de todo tipo y sin discriminar sexos.

De acuerdo a datos arrojados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en el primer semestre de 2019 se registraron 17 mil 608 víctimas de homicidios y feminicidios; el mes más violento fue junio, en el que se contabilizaron 3 mil 80 casos de personas asesinadas, de los cuales, 3001 fueron hombres y 79 mujeres.

Los números son estremecedores. Pero, tomando en cuenta las cifras presentadas, la realidad demuestra que la violencia se cimbra en mayor proporción sobre los hombres. Repito: nada justifica
la violencia.

Además, hay otro hecho que, también es cierto: en el mundo siempre hubo enormes diferencias entre los derechos que se atribuían a hombres y mujeres, hasta que surgieron los movimientos feministas en distintos países, que peleaban para que se les reconociera el derecho al voto. Con los años, esas exigencias fueron extendiéndose al ámbito laboral y a otros roles.

Pero lo que atestiguamos actualmente nada tiene que ver con lo que luchaban las primeras feministas. Ahora, el movimiento más radicalizado se esmera en infundir en sus seguidoras un acendrado odio contra los hombres, tanto que las incita a gritar consignas de muerte en contra de los varones y olvidando el objetivo que las movía: la igualdad entre hombres y mujeres en todos los campos.

Las feministas que encabezaron la manifestación del viernes se han olvidado del respeto que merecen los seres humanos y creen que pueden actuar sin consecuencias. No dudo que también había mujeres preocupadas por el acoso, la violencia y la inseguridad que son el pan de cada día en este país, pero las agresiones de unas cuantas perjudicó el fin principal de la congregación masiva.

Por supuesto que es urgente que nuestras autoridades despierten y se pongan a trabajar. No es en vano que los ciudadanos en general sientan desconfianza de los elementos de los cuerpos policiacos, pues no han sido pocos los casos en los que brillan por su ausencia, y, si se denuncian los delitos, queden impunes o sin resultados. Basta echar un vistazo a los datos de la Encuesta de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del INEGI, del segundo trimestre de 2019, en el rubro de «confianza en autoridades»: el 88.4% de la población de 18 años y más manifestó confianza en la Marina mientras que el 45.3% la manifestó en la Policía Preventiva.

En cuanto a las razones de las víctimas para no denunciar delitos, la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE 2018) menciona las causas atribuibles a la autoridad, que suman un 64.5%. Se estima que la principal razón es la pérdida de tiempo con 34.2%. Entre otras causas atribuibles están el miedo a que los extorsionaran, trámites largos y difíciles, desconfianza en la autoridad y actitud hostil de la autoridad.

Aunado a lo que deben hacer quienes ostentan cargos públicos, están nuestros deberes como ciudadanos, sobre todo ejercer nuestro poder como personas pensantes y apoyarnos unos a otros cuando nos percatemos de situaciones de peligro. Nada ganamos poniéndonos en contra unos con otros, por el contrario, perdemos fuerzas valiosas que podríamos utilizar para evitar desgracias. No podemos dejar que la indiferencia gane terreno, tenemos que poner manos a la obra y preocuparnos por nuestros semejantes, comenzando con nuestras familias. Enseñemos a los niños, adolescentes y jóvenes a cumplir la ley y a respetar a las demás personas para que se restaure la paz en nuestra nación. Y, los que somos creyentes, oremos sin descanso para que Dios nos proteja y aleje el mal de nuestra patria. No se vale quedarse de brazos cruzados. Promovamos la paz y prediquemos con el ejemplo.

¡Que tengan una excelente semana!

Publicado en la edición impresa de El Observador del 25 de agosto de 2019 No.1259

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