Por P. Fernando Pascual

Un mal diagnóstico impide identificar qué enfermedad aflige a una persona y cómo orientar adecuadamente la terapia. Un buen diagnóstico pone ante sí el mal concreto que aflige al enfermo y permite avanzar hacia su curación.

Lo anterior vale no solo para la medicina o para otros ámbitos, sino también para las situaciones que vive la Iglesia católica a lo largo de la historia y en diferentes lugares del planeta.

Imaginemos, por ejemplo, un territorio donde disminuye fuertemente el número de bautizos y donde los católicos adultos dejan de practicar los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la confesión.

Un diagnóstico sería equivocado si denunciase como causa de esos fenómenos la dureza de los padres de familia a la hora de enseñar la fe a sus hijos, si la causa verdadera fuese la poca preparación de los sacerdotes en la atención de la gente.

Por eso, a la hora de comprender lo que ocurre en la Iglesia, no sirven para nada denuncias y diagnósticos que señalan supuestas causas de algunos problemas constatados, cuando las causas verdaderas sean otras.

Sorprende, sin embargo, escuchar que la fe no es acogida por los jóvenes por culpa de las enseñanzas tradicionales de la Iglesia en el ámbito del sexto mandamiento. De verdad, ¿ese es el problema? Porque en el siglo I la moral sexual era igualmente exigente y muchos jóvenes se hicieron católicos…

O sorprende denunciar como un gran mal (incluso un pecado) acciones declaradas como «proselitistas» cuando el verdadero mal consiste en la desidia que ha llevado a muchos católicos a no transmitir con alegría su fe a quienes tanto lo necesitan y lo esperan.

O decir que la intransigencia malsana surge cuando hay una adhesión firme a los dogmas, cuando en realidad quien cree en las enseñanzas católicas sabe que debe vivir como hijo de la luz, como enemigo de toda injusticia, y como amigo de sus enemigos.

Existen problemas en la Iglesia, no puede negarse. Pero si no se analizan bien sus causas, perderemos el tiempo a la hora de promover remedios que casi nunca serán eficaces si se basan en diagnósticos equivocados.

Solo con la lámpara de Cristo, desde la unidad de la fe, en el camino de la Iglesia reflejada en sus Concilios y en la santidad de tantos hijos suyos, con una buena teología y un profundo sentido eclesial, será posible hacer buenos diagnósticos y promover, confiados en el Espíritu Santo, caminos eficaces de curación.

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