Por Sergio Ibarra
La celebración del tiempo de Adviento es una tradición que nos convoca a hacer un alto en el camino y a velar por nuestra preparación espiritual para la Navidad. Una de las mayores enseñanzas que Jesús nos dejó a su paso por la tierra fue lo que hoy conocemos como rendir cuentas.
El concepto ha adquirido en distintos ámbitos un alto grado de consideración, podríamos decir, de popularidad, tanto en las esferas de la empresa privada, en lo académico, como también en las instituciones gubernamentales; hoy se escucha con frecuencia de este concepto.
¿Qué es la Rendición de Cuentas?
El concepto en inglés es accountability, mas no tiene nada que ver con la contabilidad como usualmente la entendemos, los estados financieros y el pago de impuestos. No. La idea nace en las corporaciones policiales del primer mundo, cuando en forma creciente se les fueron destinando recursos y personas y al momento de escuchar los informes de los jefes de policía, solían decir que todo estaba bajo control y que había algunos problemas aislados. Para ponerlo en nuestro contexto, los jefes policiales, aún hoy en día, contestan: «Sin novedades, jefe».
El significado de accountability es responder por los recursos y las áreas de responsabilidad que se le otorgan a un gerente, jefe, secretario de estado o presidente del consejo, alcalde, gobernador, etc. La idea es que se debe responder a la pregunta: ¿Qué hiciste con lo que te di?
Dios nos da la vida. Si el tiempo de adviento es de preparación para celebrar el nacimiento de su Hijo en la tierra, viene al caso rescatar los muchos mensajes que están en los Evangelios del accountability de nuestra vida terrenal. Por ejemplo, la parábola del rey que deja sus pertenencias a sus dos hijos en partes iguales, sale a un viaje y cuando vuelve les pregunta por los bienes y qué habían hecho con ellos.
Velar por el buen estado de nuestra alma, eso es el adviento, pero también tiempo para considerar la rendición de cuentas. Un buen momento para echar ojo a la balanza de qué hemos hecho con lo más preciado que tenenemos: nuestra vida. Ni modo que le digamos a Dios: «Sin novedades».
Publicado en la edición impresa de El Observador del 15 de diciembre de 2019 No.1275