Por José Francisco González, obispo de Campeche
Termina el mes de mayo, Mes de María, con la Solemnidad de Pentecostés. Tradicionalmente hemos afirmado, por la doctrina católica, que el Espíritu Santo, enviado por el Padre, a petición del Hijo, nos regala los Siete Dones y los Doce Frutos.
¿Tienen esos regalos alguna fundamentación bíblica? ¿Podemos leer de ellos en las Sagradas Escrituras? ¡Claro que sí! Hay dos textos básicos, en los cuales podemos encontrar dichas referencias, aunque en la narración de la historia de la salvación (eso es la Biblia), abundan narraciones de cómo el Espíritu actúa en nosotros, si le somos disponibles.
Los Dones del Espíritu aparecen en un texto del Antiguo Testamento: Isaías 11,2-3. Los dones, uno de ellos añadido para completar la simbólica cifra de siete, son: Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
Los dones son regalos divinos para impulsar la santificación. El Espíritu Santo marca su “sello” en nosotros. Él es el director de nuestra vida espiritual. Él nos explica y hace más fácil de comprender y de cumplir la Palabra de Dios.
Los dones son dados en ‘semilla’; es decir, nos toca a nosotros, bautizados, poner algo de nuestra parte. Esas semillas que son los dones del Espíritu se desarrollan en tres fases; a saber: Caridad, la primera; luego se avanza hacia las virtudes evangélicas vividas en el mundo; y, finalmente, la docilidad a las motivaciones del Espíritu de Dios.
Todos hemos recibido estos dones, desde el Bautismo. En la Confirmación se hace más sólida y comprometedora esa entrega divina.
Reiteramos: los dones son para favorecer la vida santa. Santa Faustina Kowalska lo expresa en su Diario tanto de una manera bella como sencilla: “¡Oh Jesús mío, qué fácil es santificarse! ¡Solamente hace falta un poquito de buena voluntad!… ¡La vía más corta es la fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo!”.
FRUTOS DEL ESPÍRITU
Hay también un texto bíblico que nos reporta los Frutos del Espíritu. Ese texto es de San Pablo, en el Nuevo Testamento. Se trata de la Carta a los Gálatas 5,22-23. Allí aparecen los Doce Frutos. ¡Qué importante es que te aprendas algunos de ellos! Mejor dicho, ¡Qué trascendente es que te propongas vivir algunos de ellos con seriedad, alegría y profundidad.
Presentados en binas los frutos son: Caridad-gozo; paz-paciencia; benignidad-bondad; longanimidad-mansedumbre; fe-modestia; contintencia-castidad.
Hagamos una comparación. Cuando siembras una planta frutal o un árbol, no cosechas para comer el fruto al siguiente día. De ordinario, para que se den buenos frutos se requiere “maduración”, y para madurar se ocupa tiempo.
Para dar los frutos del Espíritu en los ambientes donde nos relacionamos, necesitamos cultivar los dones del Espíritu para que los frutos se vuelvan perfectos, buenos y dulces. Si cortases un mango del árbol antes de tiempo, te escaldaría los labios. No es tan sabroso. Pero cuando ha llegado a su punto de madurez, ¡cuánta dulzura! Así nosotros, si no nos dejamos guiar por el Espíritu, en vez de ser una dulce y madura compañía para nuestros amigos y familiares, seremos frutas amargas y no deseables. Hay un texto del Cantar de los Cantares que compara la vida humana con un huerto, y dice así: “Venga mi Amado a su huerto, y sáciese con el fruto de los manzanos” (5,1). Por eso, pidamos a Dios con fuerza:
¡Danos, Señor, tu Espíritu!