Por Tomás de Híjar Ornelas

Una existencia honrada, unas acciones rectas, una vida pura… Félix María Arocena

San Cristóbal Magallanes

Se cumplen 20 años este 21 de mayo del 2020, de un acontecimiento que tuvo lugar en el jubileo del 2000, de la ceremonia en la que san Juan Pablo II,

ante un grupo tan copioso de mexicanos como nunca antes se había dado cita al otro lado del Atlántico, congregados en número de 40 mil en la Plaza Vaticana, canonizó a un grupo de veinticinco mártires, encabezados por el párroco de Totatiche, Jalisco, san Cristóbal Magallanes, fusilado el 25 de mayo de 1927 en el patio de la Presidencia Municipal de Colotlán, al lado de su vicario parroquial y prefecto de disciplina del pequeño Seminario Auxiliar fundado por Magallanes en la cabecera de su comunidad diez años antes, san Agustín Caloca Cortés.

Espejo de buen pastor, el párroco de Totatiche dejó con su ejemplo y acciones todo lo que un párroco puede suscitar en una comunidad marginal y periférica, a merced de las volteretas y caprichos del capitalismo, que impedía a los residentes subsistir de forma suficiente en una comarca donde la tierra es delgada y llueve poco, y empujaba a los lugareños a que emigraran como braceros a los Estados Unidos.

Magallanes, que había tenido como primer destino ministerial la capellanía de la Escuela de Artes y Oficios del Espíritu Santo de Guadalajara, colosal proyecto que echó a andar un filántropo, don Manuel Azpeitia y Palomar, quien murió siendo obispo de Tepic, abrevó en ella cuando pudo y lo volcó luego en su destino ministerial definitivo, su parroquia de origen, donde primero fue auxiliar del párroco y luego desempeñó esta función con un solo propósito: promover la dignidad humana de forma integral.

Nada hubo que el entusiasta y coherente párroco no alentara con tal de darle a su feligresía calidad de vida: caminos, puentes, presas, vivienda popular, cultivos rotativos, sistemas agrícolas y ganaderos, prensa, música, educación básica y media superior, asistencia social y, desde luego, una sólida piedad que él sostuvo con una existencia austera y limpia cuya corona, luego de 28 años de abnegado servicio, fue la palma del martirio en tiempos de persecución religiosa, que le dio un militar del Ejército Federal de rango supremo, Anacleto López Morales, predador de la comarca, de horrorosa memoria.

La adversidad, para un evangelizador de tiempo completo que se deja acicatear por las circunstancias adversas, es el crisol donde este alcanza el perfil de Cristo Resucitado: el Buen Pastor da la vida por sus amigos.

Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 24 de mayo de 2020. No. 1298

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