Por Tomás de Híjar Ornelas
“Lo único que me interesa –le dije– es encontrar la paz interior”. Albert Camus, La peste
Si aplicamos a las circunstancias en las que nos ha sumido la pandemia del covid–19 la frase que el libro de los Hechos de los Apóstoles pone en labios del ministro de la reina de Etiopía como respuesta a la pregunta del diácono Felipe “¿Entiendes lo que estás leyendo?”,
luego de que le escucha hacerlo en voz alta un pasaje del libro del profeta Isaías, una respuesta sería la que el octogenario constitucionalista mexicano Elisur Arteaga Nava da en un texto recién publicado bajo el título “El fin de la mitología”, en su columna para la revista Siempre!
En ella aplaude el fin de los mitos religiosos que sobrevivieron a la “muerte de Dios” que vaticinó Nietzche; la desmitologización del Nuevo Testamento, que promovió el teólogo protestante Rudolf Karl Bultmann; la caducidad de actos públicos de fe para impetrar el favor divino. También habla del fin de los mitos políticos, que intentaron, dice, reemplazar a aquellos.
Se pitorrea luego, sin decir su nombre, del “pensamiento mágico” de Andrés Manuel López Obrador a propósito del lance del ‘Detente’ que exhibió en una de sus ruedas de prensa matutinas ya en el marco de la pandemia y también del clero, porque dejamos ir “una oportunidad de oro para demostrar que […] las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús, sí son aptas para ponernos a salvo del coronavirus”.
Y concluye, hijo al fin de su tiempo y generación: “Hemos llegado la convicción de que la solución está en la ciencia, la disciplina, el trabajo y el ahorro; la primera procurará la cura al mal; la disciplina impedirá la propagación de la epidemia; el trabajo y el ahorro nos permitirán recuperarnos económicamente”.
En lo que a este escribano respecta, empero, la afirmación del tardío predicador es de un renovado positivismo: “Estamos ante uno de los tantos fines que ha tenido el pensamiento mágico”. No le parece ni exageración ni balandronada jacobina, ni tampoco los alegatos que el perito en leyes enlista, desde su descreimiento, para mofarse de la caricatura grotesca, algo que si bien sólo conocerá por encima y sin compartirlo, hace de la fe cristiana de muchos mexicanos, absolutamente enraizada en el pensamiento mágico, bendecido éste por ministros de lo sagrado que abiertamente cultivan tales manifestaciones en pos de una ofrenda en metálico.
“¿Entiendes lo que está pasando?”, podría decirnos ahora el Felipe de los tiempos apostólicos, y la religiosidad popular, incluso con ribetes mágicos y fetichistas, respondernos: “¿Y cómo voy a entenderlo, si nadie me lo explica?”
Los templos cerrados y el clero en trincheras no serán “uno de los tantos fines del pensamiento mágico”, pero sí una muy importante vuelta de página a una pasividad del todo injustificada para los católicos que se precien de serlo: ser, como el aquí multicitado Felipe, testigos de la resurrección de Jesús desde la experiencia que tengamos de ella, al margen y a despecho de mitologías y pensamientos mágicos.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 3 de mayo de 2020. No. 1295