Debemos regresar a las buenas costumbres.

Por Mónica Muñoz

A pesar de que hay menos gente en las calles, con tristeza nos hemos dado cuenta de que la violencia no deja de estar presente, en todas sus formas. Muertes sin sentido abundan y la gran pregunta sigue dando vuelta en nuestras cabezas: ¿Qué está pasando con nuestra sociedad? Se supondría que la situación de la pandemia que estamos atravesando quizá habría hecho reflexionar a la mayoría sobre el sentido de la vida y su fragilidad.

Sin embargo, creo que a muchos la situación mundial no les causa la menor impresión, fruto del relativismo que se ha colado como una ideología más contagiosa que el propio coronavirus, cultivada durante décadas y haciendo creer a una inmensa cantidad de gente que nada es absoluto, pues, de acuerdo con esa forma de pensar, cada quien puede tener su propia verdad, ignorando que hay hechos contundentes que los desmienten fácilmente; por ejemplo, el sol sale cuando amanece, y cuando se oculta llega la noche.

Esa es una verdad absoluta. Pero si eso ocurriera en Islandia, la verdad absoluta sería que no cae la noche porque el sol nunca se oculta del todo. Y seguirá siendo una verdad absoluta, debido al acomodo de la tierra en el sistema solar y a los movimientos de rotación y traslación.

Nadie, en su sano juicio, puede negar esas verdades.Y esos mismos dicen que Dios no existe y, por lo tanto, desprecian los valores morales que la gente de bien cultiva para vivir en paz y armonía con sus semejantes. Creo que no deberíamos sorprendernos de que cunda el mal en todos lados.

Y volviendo al tema anterior, da pena saber qué tan anestesiada está la sociedad. Las peores tragedias ocurridas en nuestro entorno apenas hacen mella en los ánimos. Las noticias de nota roja son las más consultadas, y no precisamente para ofrecer una oración por el sufrimiento de la familia y el eterno descanso de los fallecidos, sino para tener “tema de conversación” con los demás, a quienes la desgracia tampoco ha llegado.

Es momento de sensibilizarnos nuevamente y volver nuestros ojos y corazones al Cielo, pues no podremos resistir mucho tiempo más en estas circunstancias de violencia. Porque, de seguir así, peligrosamente nos estaremos acercando a que en el momento menos esperado nos toque vivir en carne propia alguna catástrofe.

Por eso creo que debemos regresar a las buenas costumbres de antes, en las que todos se tendían la mano, aunque no se conocieran. Dejemos que renazca en nosotros la caridad, esa que nos invita a hacer el bien sin mirar a quien, y que nos impulsa a pensar en quienes están pasando necesidades o tienen alguna pena.

Hoy, más que nunca, los niños, adolescentes y jóvenes necesitan de un modelo a seguir; por eso son tan populares los “influencers” que aparecen en las redes sociales y que malgastan el tiempo en hacer videos superfluos y nada edificantes. Seamos nosotros mismos un buen ejemplo para ellos; los adultos debemos esforzarnos para enseñarles a aprovechar la vida y ayudarlos a tomar buenas decisiones, porque la indiferencia y el desapego son malos consejeros.

Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 7 de junio de 2020. No. 1300

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