Dicen que el libro de los Hechos de los Apóstoles más bien debería llamarse “los Hechos del Espíritu Santo”, pues san Lucas, el instrumento humano para este escrito de las Sagradas Escrituras, deja bien claro que toda la obra de la Iglesia primitiva está dirigida por el Divino Espíritu.

Pero, se llame como se llame, lo cierto es que el libro de los Hechos de los Apóstoles describe a la primera generación de la Iglesia fundada por Jesús.

San Lucas lo escribió con un propósito histórico, para lo cual redactó un informe selectivo de hechos importantes; pero también con un propósito teológico, pues no sólo narra historia, tal como se entiende en el mundo secular, sino historia de la salvación, es decir, el plan de Dios llevándose a cabo.

En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo descendía de forma temporal sobre algunos israelitas para realizar algunas hazañas; pero ya desde el mismo día de Pentecostés san Pedro predica a la multitud: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro» (Hch 2, 38-39).

En esos primeros años de la vida de la Iglesia, los Apóstoles y discípulos, a pesar de las dificultades internas y las persecuciones, que incluso desembocaron en los primeros martirios, tenían todos la certeza radical de que era el Espíritu Santo quien los guiaba y movía a la acción. Por eso eran dóciles a las inspiraciones del Paráclito, quien se manifestaba de forma sorprendente a través de milagros y prodigios.

TEMA DE LA SEMANA: EL ESPÍRITU SANTO Y LOS ORÍGENES DE LA MISIÓN

Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 31 de mayo de 2020. No. 1299

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