Los Obispos presentamos esta Declaración sobre el don de la vida y la dignidad humana en un momento en que nuestro querido pueblo sufre los embates, cada vez más constantes, de la “cultura de la muerte” y se enfrenta a una serie de desafíos que estamos llamados a iluminar y dar, así, “razón de nuestra esperanza” (1 Pe. 2,15). Tenemos presente lo que nos dijo la Virgen de Guadalupe, nuestra Madre: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?” (Nican Mopohua 119).
Somos conscientes de que el año 2020 va a dejar una huella en la historia del mundo y de México por la pandemia del COVID-19, que ha traído el dolor a innumerables hogares y ha afectado gravemente la economía de las familias. Este año, también ha traído a México otra peste mortal: la violencia y la inseguridad que han alcanzado niveles nunca vistos, sea por su cantidad, frecuencia y crueldad, y no podemos quedarnos indiferentes ante ello.
Observamos a la “cultura de la muerte” que está golpeando fuerte y repetidamente el corazón del pueblo mexicano y que se manifiesta, entre otras formas:
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En actos de violencia, cada vez más numerosos y cruentos.
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En considerar a la vida de un hijo como si fuera derecho de un adulto.
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En volvernos insensibles ante la eutanasia, en la ruptura de las familias.
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En los esfuerzos por legalizar los estupefacientes y otras drogas.
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En la difusión de una visión pobre y distorsionada de la sexualidad.
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En la corrupción.
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En la trata de personas con fines de explotación sexual o laboral.
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En la indiferencia de algunos ante la pobreza.
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Y en el abuso y daño de la naturaleza por el consumismo extremo.
Estos signos, no intentan ser un diagnóstico exhaustivo, sino la exposición de algunas de las manifestaciones más visibles de los desafíos que enfrentamos como país, en relación con la dignidad de la persona humana.
Debemos estar atentos a los signos de los tiempos, y con gran pesar, vemos que algunos proponen programas de gobierno, leyes, y criterios judiciales que atentan contra la dignidad de la persona humana y en particular contra su vida. En múltiples intervenciones el Papa Francisco ha identificado claramente este fenómeno humano y lo ha llamado “cultura del descarte” (cfr. EG 53)” (PGP 20).
Por eso como Iglesia, nos comprometernos a favor de la vida y la dignidad humana. Estamos seguros de que el amor maternal de María de Guadalupe seguirá acompañando a nuestro país (cf. Jn 19, 26-27). Queremos invitar a una participación más constructiva y propositiva de todos para sustituir a la “cultura de la muerte”, con el anuncio atractivo de la cultura de la vida y la dignidad humana. Reconocemos que cada vez más servidores públicos en los tres niveles de gobierno, más artistas y representantes de la cultura, médicos, abogados y otros profesionales se pronuncian a favor de una agenda social que busque la dignidad de la persona, el bien de la familia y el desarrollo de la sociedad, en un entorno de libertad y corresponsabilidad.
Como sucesores de los apóstoles y pastores de la Iglesia peregrina en México:
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Celebramos que cada persona es creada por Dios como un ser que merece ser amado por sí mismo y nunca deber ser usado como un medio.
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Afirmamos, acorde con la evidencia científica, que la vida de cada ser humano comienza desde el momento de la concepción. Por tanto, debe ser reconocido su derecho inalienable a ser tratado como persona en todo momento, sin limitar ese derecho por su grado de desarrollo, su salud, su origen o su condición social o económica. Denunciamos todo intento de arrebatar la protección jurídica a los seres humanos antes de nacer.
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Confiamos en que habrá políticas de salud que excluyan la eutanasia (que elimina la vida del paciente) y se centren en los cuidados paliativos y el acompañamiento.
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Nos sumamos a la promoción de la salud sin adicciones ni consumo de drogas.
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Reafirmamos nuestro compromiso de atender según su dignidad humana a todas las personas, en particular y a ejemplo del Señor, en los más vulnerables.
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Nos comprometemos a anunciar sin cansancio que la persona humana, se realiza en la relación hombre-mujer de forma complementaria y recíproca. Es en base a esta referencia que eventualmente es posible el auténtico matrimonio y su apertura a la posibilidad de una nueva vida humana.
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Reafirmamos que los niños en adopción merecen que la sociedad los confíe a un hogar conformado por padre y madre, que es el ámbito natural del cual proceden.
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Reafirmamos que la “renta de vientres” o maternidad subrogada constituye una explotación de la mujer, de quien se abusa con fines reproductivos.
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Denunciamos que no es justificable la doble vida. Las virtudes que se ejercen en la vida pública se cultivan en la vida privada.
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Anunciamos que los seres humanos, tenemos una responsabilidad en nuestras actividades, para no abusar ni destruir la naturaleza de nuestro planeta, que es la casa común que habitamos.
Reconocemos que formamos parte de una sociedad libre llamada a consolidar su democracia. Por ello, nos oponemos a limitar el derecho a la libre expresión de la verdad. Un auténtico régimen de libertades incluye la libertad religiosa que nos permite vivir en público y en privado conforme a nuestras convicciones de conciencia.
A los que están asesinado, secuestrando, extorsionando y causando un dolor atroz a su prójimo, en el nombre de Cristo, ante cuya justicia nos presentaremos al momento de morir, los exhortamos a abandonar el camino del mal y reconciliarse con Dios y con sus hermanos. A las autoridades civiles les exigimos la vigencia plena del Estado de Derecho. La aplicación discrecional de la ley es contraria a la justicia. A los fieles católicos y a todas las personas de buena voluntad, los invitamos a construir una sociedad en paz y respetuosa de las leyes justas.
La misericordia de Dios siempre está disponible para el pecador arrepentido, aún en los casos de aborto. Los católicos que han participado activamente en la promoción o procuración deliberada del aborto están llamados a reconciliarse con Dios y con la Iglesia a través del sacramento de la confesión.
Los obispos buscamos iluminar las conciencias de cara al bien y a la verdad. En ejercicio de nuestros derechos inalienables y de nuestro ministerio como Pastores continuaremos predicando el Evangelio de la Vida, tanto en público como en privado, recordando que Jesús nos ha dado un mandato preciso: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio” (Mc 16,15). Les anunciamos que continuaremos colaborando con ellos y con muchos otros para promover la dignidad de cada persona humana, desde la concepción hasta la muerte natural.
Poniéndonos en manos de la Santísima Virgen de Guadalupe, nuestra Madre, para que nos proteja bajo su manto y con la mirada puesta en Cristo Redentor para que seamos fieles a lo que Dios pide a cada uno de nosotros, firmamos esta Declaración conjunta a nombre de todos los obispos de México.