Por Maité Urquiza Guzzy

Santa Juana de Arco, cada vez que tenía que emprender una acción, se fijaba en los tiempos litúrgicos o en los acontecimientos religiosos de ese día. En este periódico, fue el mismo Jesucristo quien fijó la fecha de su inicio. Nos puso bajo la protección de su Santísima Madre, en su advocación de Nuestra Señora del Carmelo. Reto enorme es ésa subida al Monte Carmelo donde ella nos recibe y nos protege bajo su manto. Una cuesta escarpada, difícil, sí, pero no imposible de subir.

Esto me lleva a recordar las palabras de Benedicto XVI: todo movimiento que aspira a la perfección tiene que ser purificado como el oro en el crisol. El Observador camina por esa cuesta, y se purifica.

Hace 28 años, el doctor Rolando García Ortiz invitó a Jaime a tener un encuentro con el obispo de Querétaro, Don Mario De Gasperín. Fue el inicio del periódico diocesano, “Presencia y Voz”, un periódico que se desplegaba conforme se iba leyendo. Tres años más tarde, con la poca experiencia que teníamos, nos dimos cuenta de la necesidad de un periódico católico que trascendiera las diócesis. Un periódico “en clave católica”, como nos alentaba a hacer San Juan Pablo II en 1995. Pasó de ser un medio oficial diocesano a internarse en el periodismo secular, siempre conservando su fidelidad al Magisterio de la Iglesia Católica y bajo la guía de obispos santos como Don Arturo Szymanski y el propio Don Mario.

San Juan Pablo II, en su Encíclica Christifedilis Laici afirmó que una fe que no se hace cultura es una fe muerta. De ahí surge nuestra misión. Iniciamos entonces buscando hacer de la fe una cultura, asumiendo el reto de instaurar en los corazones la civilización del amor. Pero seguir a Jesús, navegar mar adentro, es el martirio cotidiano de ir en contra de la corriente, ya nos advertía San Juan Pablo II el Grande. Así ha sido: El Observador navega en contra de las modas, las corrientes de un cuarto de hora, las tendencias de la mundanidad. Tarea maravillosa, pero nada fácil. Como nos dejó dicho Don Mario De Gasperín en uno de sus últimos artículos, “Dios es el futuro”. La apuesta está hecha. Sin Él nada podemos; con Él, todo.

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