Por Sergio Ibarra
El colapso del 2020 ha traído, además de la amenaza permanente hacia la salud de una enfermedad altamente contagiosa y peligrosa, el nacimiento de la economía digital en nuestro país. Fue a principios de los noventas, del siglo pasado, que apareció el recurso de la dirección electrónica o el e-mail, abriendo paso a la intercomunicación escrita, pero en 1995 nació el internet.
El internet es un invento de una trascendencia tal, que solo es comparable con el de la imprenta de hace seis siglos. En 25 años han surgido cualquier cantidad de usos y de formas aplicarlo. Las generaciones anteriores y las actuales hemos tenido que aprender a explorarlo y luego adaptarnos para comunicarnos a través de él, porque hoy se ha vuelto un instrumento indispensable, prácticamente en cualquier empleo.
Los resultados de las compras por internet, o el denominado e-commerce en México durante el aislamiento ordenado de los meses de marzo, abril y mayo, muestran un crecimiento exponencial. Las empresas dedicadas a la logística de pronto tuvieron que enfrentar más del doble de los envíos que usualmente manejaban. Estas compañías son el reflejo del comercio electrónico. Se podría entender que sería algo temporal, que este bum desaparecería. Informaciones del sector indican que no es así. Las compras por internet continúan.
¿Qué paso con el e-commerce?
El principal requisito para hacer compras por este medio es tener una tarjeta de crédito o de débito. Es un hecho que desde hace unos diez o doce años la tendencia ha sido pagar al personal asalariado con una tarjeta. Entonces, miles, millones de personas en nuestro país tenían que ir a hacer filas para sacar efectivo. Pues al declararse este aislamiento, lo que sucedió es que los consumidores se atrevieron a comprar por internet.
Otro asunto, es que compañías internacionales que ahí estaban desde hace 20 o 25 años siendo intermediarios de cientos de mercancías, también tuvieron que aprender cómo hacer para que las mercancías cumplieran las expectativas de envío y de producto, incluidas devoluciones o cambios confiables.
Pero lo más importante, la parte que es necesario rescatar de esta experiencia, quizás por momentos forzada, es que las y los consumidores adquirieron confianza en todo lo que interviene: la institución bancaria, el fabricante, el proveedor de la plataforma que hace posible la transacción financiera, el que la hace de distribuidor y luego las empresas de logística.
Algo que rescatar de este tiempo inédito, complicado y a ratos amenazante de la vida cotidiana, recuperar este valor esencial, la confianza.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de septiembre de 2020. No. 1315