Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito De Querétaro
El título completo del texto del Papa Francisco dice así: “Liberar la figura de la Virgen María de la influencia de las organizaciones criminales”. Está dirigido al Padre Stefano Cecchin, OFM, Presidente de la Pontificia Academia Mariana Internacional”, encargada de cuidar la práctica correcta de la devoción a la Virgen Santísima. María alabó al Señor por las maravillas realizadas en Ella, y nosotros la llamamos bienaventurada por todas las generaciones. Es nuestro deber cuidar de su honra y honor como Madre nuestra.
En nuestro jardín de oraciones y alabanzas a la Virgen María se suele colar la serpiente y brotar las yerbas venenosas: la magia, la superstición y la manipulación de la religión, hasta con fines criminales. El Papa se refiere a una práctica perversa de la mafia siciliana acostumbrada, que al pasar la imagen de la Virgen frente a la casa del Capo, le haga una inclinación, como si solicitara su permiso o le ofreciera su protección. Es algo indignante. Intentar la complicidad de Dios en la práctica del mal, fue la pretensión del Diablo con Jesús en las “tentaciones” del desierto. Ya el Papa San Juan Pablo II había dicho solemnemente que no se puede ser católico y mafioso a la vez, y así lo repitió la Iglesia y el alcalde del lugar. La piedad popular mariana es un patrimonio religioso y cultural cuya belleza los católicos debemos proteger.
Otro grave abuso consiste en valerse de las imágenes, símbolos, lenguaje, eslóganes o rituales religiosos para obtener éxitos profanos, sobre todo en la política. Es este caso se invaden esferas íntimas de las personas, su conciencia y dignidad, y la libertad religiosa. Endilgarle a Dios ideologías o ponerle etiquetas partidistas es querer volverlo tan mezquino como quien lo hace. Dios no tiene partido político, equipo deportivo, ni es él quien mueve la bolita en la lotería. Su pasión es el hombre. Él ama, cuida y protege al hombre, a todo hombre y mujer, por ser su imagen y devolverle su semejanza. En asuntos de devoción se nos suele ir fácilmente el corazón y oscurecernos la razón. Orar e ilustrar nuestra fe, conociendo el catecismo y la enseñanza de la Iglesia, es deber que a todo católico obliga. Aquí nos ayudará la cita del Papa Benedicto XVI en su carta “Salvados en Esperanza”:
“El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás. En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también” (N.33).
La liturgia es el modelo autorizado para rendir culto a Dios, a la Virgen y a los santos. Es la mejor escuela de oración. La piedad popular, especialmente la mariana, en ella debe inspirarse y cimentarse. Modificar, aumentar o corregir las oraciones ya aprobadas por la Iglesia, no indica buena salud espiritual. De Cristo salvador, de su gracia, de la intercesión de los santos y de nuestra fe humilde y obediencia sincera a la iglesia, dependerá el que seamos buenos, justos, honrados, misericordiosos, solidarios ciudadanos y… que nos salvemos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de septiembre de 2020. No. 1313