XXVIII Domingo tiempo ordinario (Mt 22,15-22)
Por P. Antonio Escobedo C.M.
Los fariseos confabularon para hacer caer a Jesús en una trampa. Se han dado cuenta que Jesús es un formidable oponente y quieren evitar que su confrontación falle. Podemos imaginarlos formulando, refinando y descartando diferentes preguntas hasta que encuentran una con la que se sienten muy confiados. Tal vez incluso hasta practicaron haciéndose preguntas entre ellos hasta que encontraron una para la que no hubiera respuesta.
Los fariseos no van en persona, mandaron a sus discípulos. Si estos discípulos, es decir principiantes, pudieran vencer a Jesús, su posición mejoraría bastante; pero si llegaran a fallar, aunque pensaban que era algo poco probable porque tenían una excelente pregunta, los fariseos no serían avergonzados personalmente. Es un movimiento táctico por parte de los fariseos, aunque bastante cobarde.
La pregunta acerca del tributo es sobre el principal impuesto que se le impuso a Judea cuando ésta se convirtió en una provincia romana en el año 6 a.c. El problema más grande era que el tributo tenía que ser pagado con monedas de un denario, que llevaban la imagen de César y una inscripción que decía “Tiberio César, Augusto hijo del divino Augusto, supremo sacerdote”. Los judíos consideraban la imagen una idolatría y la inscripción una blasfemia, así que el asunto tenía una base religiosa bastante importante. Aún así, el denario era de uso común entre los judíos. Como veremos, cuando Jesús pide una moneda con la imagen del emperador, el denario está fácilmente disponible y es usado incluso por personas que eran religiosamente escrupulosas.
“¿Es lícito dar tributo a César, o no?” La pregunta está muy bien planteada. Ellos dicen: “¿es lícito dar…?”, con estas palabras están quitando la fuerza a la obligación legal de pagar el tributo y hace que suene como si se estuviera pidiendo hacer una donación cuestionable. El problema para Jesús, por supuesto, es que la pregunta permite solamente una respuesta de sí o no; respuestas que no son adecuadas para ningún asunto complejo. Si Jesús responde que el tributo es legal, la gente que odia el impuesto y la moneda se alejaría de él. Si responde que los impuestos no son legales, los romanos lo arrestarían por sedición. De una u otra manera, los fariseos y los herodianos ganarían.
Jesús dice: “muéstrenme la moneda del tributo”. La Torá prohíbe las imágenes. Los fariseos y herodianos están cuestionando a Jesús dentro del recinto del templo, que es suelo sagrado, y aún así sacan la ofensiva moneda, probablemente de sus propios bolsillos. Ese hecho los expone a ellos, no a Jesús, como un grupo de engañosos y oportunistas.
Las monedas con la imagen del César pueden pertenecer al César, pero todas las cosas (monedas, César, Roma, el planeta tierra, el universo) provienen de la mente de Dios y están bajo el dominio de Dios. El reino del César no es sino una partícula dentro del reino de Dios. Los días del reino del César están contados, pero el reino de Dios es eterno.
Nosotros tenemos que dar a Dios lo que es de Dios. Recordemos que hemos sido creados a su imagen (Gen 1,26-27), por lo tanto, llevamos su imagen como si fuera un tatuaje porque fuimos creados por su Palabra. Por eso, hoy conviene preguntarnos ¿nuestro rostro refleja la imagen de Dios?